La mitad de la población mundial actual vive en zonas urbanas. Esta cifra aumentará a casi tres cuartas partes en 2050. Las ciudades se han convertido en epicentro de los grandes retos de la humanidad. Tenemos problemas vinculados con la contaminación y el cambio climático, relacionados con el modelo de transporte y movilidad adoptados en tu ciudad, así como con el modelo de uso y consumo de espacios y recursos. Nos enfrentamos a la necesidad de posibilitar el desarrollo económico sin obviar la generación de empleo digno. Las contradicciones y desajustes del modelo social vigente se reflejan en crecientes desigualdades que se concentran, sobre todo, en las periferias urbanas, donde un tercio habita en asentamientos informales y suburbios. El fomento de la creatividad, el acceso a la cultura y la educación tampoco han salido bien paradas en las ciudades en este largo período de crisis.
Desde la aparición de la máquina de vapor, pasando por la aparición del ferrocarril, el automóvil y el avión en el tránsito del XIX al XX, hasta el momento presente, la mejora tecnológica de los medios de transporte ha ido favoreciendo la aceleración en la movilidad y transformando el concepto del tiempo.
La invención del telégrafo y del teléfono supuso el inicio de la otra gran transformación: la globalización del espacio. El espacio virtual arranca en el mismo momento en que el teléfono posibilita una comunicación interpersonal no presencial.
La aceleración del tiempo y la globalización del espacio han transformado la naturaleza y rasgos de nuestras ciudades.
Sucesivas oleadas científico-tecnológicas y etapas de la revolución industrial han hecho que las ciudades evolucionen hasta las smart cities (traducidas como ciudades inteligentes) Las ciudades inteligentes ofrecen bienes, productos y servicios inteligentes capaces de atender de modo personalizado las necesidades de los ciudadanos. Con tal fin, plantean el uso intensivo de las tecnologías en la digitalización de los procesos, minería de datos, conexión entre dispositivos, cadenas de producción interconectadas, comercialización, distribución, consumo y uso inteligente.
Sin embargo, en todo este proceso, algo no va bien. La ciudades inteligentes muestran contradicciones y fracturas no propias de ciudades adjetivadas como tales: pobreza, refugiados, precarización laboral, corrupción, desigualdad, envejecimiento, inmigración, desempleo crónico, contaminación, violencia de género, exclusión social, estrés vital, cambio climático, soledad, analfabetismo funcional, populismos, abstencionismo, corrupción, individualismo,…
La batería de problemas cotidianos nos lleva a pensar en ellas más como ciudades tontas que como inteligentes. La causa puede encontrarse en una sobreexposición a la innovación tecnológica, no acompañada de un avance parejo en las innovaciones de raíz ecológica, económica, social y cultural.
El necesario uso y aprovechamiento de la tecnología en la búsqueda de soluciones a los retos y problemas es razonable y sensato. Pero, el distinto grado de avance de unas y otras soluciones provoca ciudades tecnológicamente muy inteligentes con organizaciones, estructuras y procesos de naturaleza diversa que no lo son tanto. Si las inteligencias son múltiples, las ciudades necesitan ser inteligentes en más de una dimensión, no sólo en la tecnológica. Las ciudades inteligentes pueden acabar manifestándose como tontas aunque, como en el cuento, nadie le diga al rey que va desnudo.
Por ejemplo, el problema del cambio climático no se reduce a un reto tecnológico, es una cuestión en torno al modelo de uso y consumo de espacios, recursos y energía. El avance tecnológico vinculado a la sustitución de unas fuentes de energía por otras no resuelve la cuestión de fondo sobre nuestro modelo medioambiental. El desempleo no encuentra respuestas en el desarrollo tecnológico, más bien su avance supone la amortización de miles de puestos de trabajo desempeñados por personas con menor capacitación. La tecnología puede salvar muchas vidas, pero no resuelve el problema de las migraciones y las desigualdades en las periferias de las ciudades. Dichos problemas tienen mucho más que ver con la necesidad de innovar económica, ecológica, social y culturalmente.
Transformemos las ciudades inteligentes, basadas en la innovación tecnológica, en ciudades de inteligencias múltiples, que integren innovación social, económica, cultural y medioambiental con soporte tecnológico.
La palabra inteligente significa saber escoger (legere) entre (intus) varias alternativas. En 1983, el psicólogo Howard Gardner propuso el concepto inteligencias múltiples demostrando que en el ser humano existen diversas formas de inteligencia. Además de la inteligencia lógico-matemática necesitamos de otras muchas inteligencias para saber dar con la mejor alternativa en cada caso y circunstancia.
El objetivo es realizar una lectura innovadora de la propia innovación. Las ciudades con inteligencias múltiples ponen la tecnología al servicio de la innovación ecológica, económica, social y cultural, en la búsqueda de un desarrollo humano sostenible integral.
[Publicado en el periódico El País. 6-8-17]