Soy de los que piensa que una elevada tasa de esperanza de vida de una sociedad es siempre positiva, porque nos habla de ciudades en las que el acceso al agua potable y saneamiento está garantizado, la recogida de residuos es adecuada, la infravivienda está en proceso de desaparición, la alimentación es equilibrada, los hábitos de higiene personal están generalizados, el sistema de salud es universal, los servicios sociales están al alcance de las personas, etc. Por lo tanto, hablar de una población que envejece porque vive más años nunca puede verse como un problema. Es más bien algo de lo que sentirse orgulloso como sociedad, como país y como ciudad.
El problema surge cuando esa población mayor de 65 años, con expectativa de vivir al menos dos décadas más, no está compensada por un mayor volumen de personas adultas activas y existe un incierto futuro por el insuficiente reemplazo por gente joven.
Considero que ésta es una cuestión crucial para la sostenibilidad de nuestro futuro demográfico, pero también para el modelo de sociedad de bienestar y bienser, y la propia viabilidad del estado social democrático y de derecho. De hecho, me llama la atención que dicha cuestión no haya estado en el epicentro de los recientes procesos electorales. Y no para abrir debates demográficos natalistas a la vieja usanza, sino para plantear políticas integrales e integradas de naturaleza económica, social, cultural y ecológica que posibiliten su encauzamiento.
Por ello quisiera sugerir cuatro temas para la reflexión, a considerar individualmente y en mutua dependencia: el cuidado del talento local, la recuperación del talento expatriado, la puesta en valor de la migración con la que ya convivimos y la atracción de talento externo.
El primer tema de reflexión en el rejuvenecimiento de las ciudades tiene que ver con el cuidado de nuestro talento local. Desde mi punto de vista, nuestro modo de proceder actual no es el más sensato posible. Nuestros mayores, hijos de la Guerra Civil y la Posguerra, se desvivieron para que la siguiente generación accediera a las máximas cotas de formación y preparación. Con tal fin, se entregaron en sus puestos de trabajo, tanto fuera como en el hogar, para que nosotros accediéramos a una sólida formación que nos garantizara unas condiciones de vida mejores. Pero, cumplido el objetivo, nosotros, los babyboomers, aun habiendo facilitado variados aprendizajes a nuestras hijas e hijos, no hemos sido capaces de posibilitarles las condiciones mínimas para el desarrollo de su proyecto vital: la consecución de un empleo en condiciones laborales dignas, la posibilidad real de acceso a la vivienda y ciudades suficientemente abiertas para acoger sus iniciativas.
El segundo punto a considerar tiene que ver con la recuperación del talento que se nos ha ido. Se trata de personas a las que hemos dedicado cuidado, recursos y tiempo, y a las que, sin embargo, el modelo de ciudades que hemos generado no ha posibilitado un proyecto vital, con un empleo encajado y con acceso a la vivienda. Hemos logrado que nuestras ciudades no les resulten suficientemente atractivas para que sus proyectos encuentren un ecosistema en el que crecer y madurar. Y esto no es incompatible con el sano y enriquecedor ejercicio de que se vayan fuera para que vean, observen y experimenten. Pero, necesitamos que vuelvan, porque necesitamos su aporte numérico, su contribución intelectual y, sobre todo, su capacidad para innovar y emprender. Son crisoles donde se funde lo mejor de sus raíces con todo lo vivido y aprehendido en su periplo por otras ciudades del mundo.
El tercer aspecto que sugiero refiere a la necesidad de poner en valor a la migración que ya vive entre nosotros. La mayoría de las personas migrantes acumulan un áspero itinerario vital que les ha hecho resilientes, capaces de hacer frente a situaciones límite. Además de la imprescindible acogida humanitaria y solidaria, tenemos que acompañarles para que se formen y empoderen, para que así puedan desarrollar cuanto antes su proyecto vital autónomo como cualquier otro ciudadano. Necesitamos su presencia como jóvenes y adultos que compense el envejecimiento local. Necesitamos su incorporación como trabajadores en el sistema productivo. De hecho, ya son personas empleadas, en condiciones no siempre dignas, en tareas de cuidado imprescindibles de nuestros mayores e hijos que, de otra manera, no podríamos atender. Una ciudad sabia es capaz de facilitar su proyecto vital, para que sean agentes activos en el desarrollo sostenible y equilibrado de nuestra comunidad. Incluso, si apostamos por un diálogo transcultural, podremos hacer de nuestras ciudades realidades más creativas, inspiradoras e innovadoras.
La cuarta cuestión que planteo se centra en la atracción del talento. Podemos comenzar por el que ya se ha acercado a conocernos, a través de programas de movilidad de formación profesional o universitaria, estudiantes matriculados en los programas de grado, postgrado y doctorado, a los que podemos seguir atentamente y hacer cómplices del futuro de nuestras ciudades. Podemos seguir por quienes se ven atraídos por ciudades atractivas, en las que puedan desarrollar su creatividad, capacidades, interés por emprender y deseo de vivir. Podemos trabajar su aproximación a nuestra realidad desde jóvenes, cuidando los intercambios escolares, el turismo familiar y no despreciando el turismo joven mochilero. Podemos aumentar nuestra visibilidad y presencia a través de las redes de intercambio, presenciales y digitales, existentes en el mundo.
Cuidar a nuestros jóvenes, recuperar a los expatriados, poner en valor a los migrantes sintiéndolos como nuestros y atraer a jóvenes talentos para lograr ciudades más jóvenes y poder seguir atendiendo dignamente el envejecimiento.
Publicado en el periódico El Correo. 22-6-19