Un vistazo al periódico cada mañana, un rato de escucha activa de radio, el informativo en televisión o el repaso de noticias en las redes sociales nos estremecen el corazón y plantean un abanico amplio de problemas: las consecuencias del cambio climático, la inmigración, la limitación de recursos y espacios, el envejecimiento, el transporte y la movilidad, el consumo energético, la conectividad permanente, el gobierno del mundo, la vida saludable, el incierto futuro de los jóvenes, la falta de diálogo interreligioso, la violencia de género, las caras de la pobreza, el desajuste tecnología-empleabilidad, la violencia y los terrorismos, la deslocalización del talento, la participación ciudadana, las desigualdades, la economía del bien común, los valores y derechos humanos, la profundización democrática,…
Ante todo ello, nuestra primera reacción, comprensible, es la huida hacia adelante, la de la avestruz que esconde la cabeza hasta que el problema toca nuestra puerta. Recibimos un enmarañado ovillo en el que no sabemos por dónde empezar a tirar. Tenemos la sensación de enfrentarnos a cuestiones que escapan a nuestras capacidades, conocimientos y recursos.
Estamos ante un tiempo de cambio, de profunda transformación. No hay motivo para la desesperación. El futuro no está escrito. No es un obligado fatal desenlace, lleno de malos augurios y desastres por llegar. Por el contrario, es algo que construimos cada mañana con nuestras decisiones. Por lo tanto, todavía estamos a tiempo de hacer de ese futuro algo mucho más parecido a lo que, en el fondo, la mayoría deseamos. Ese futuro de bienestar y bienser que nos gustaría para nuestras hijas e hijos, para aquellos que queremos y apreciamos, para aquellos a los que deseamos lo mejor: con un empleo digno y suficiente para acceder a una vivienda sencilla y poder desarrollar un proyecto de vida autónomo; atendidos en sus necesidades educativas, de salud y sociales a lo largo de la vida; con posibilidades de desarrollarse como personas a través del ocio, la cultura y el deporte; y en un entorno urbano sostenible y amigable.
Entonces, si estamos de acuerdo en el mínimo común denominador, ¿por qué no empezar por lo más próximo y hacerlo una realidad? ¿Qué nos obstaculiza hacer de nuestras ciudades un agradable ecosistema para vivir? ¿Qué nos restringe la posibilidad de convertirlas en lugares de encuentro para quienes la habitan, nacidos aquí, venidos de allá, de paso por acá, independientemente de su edad, género y condición? ¿Qué nos prohíbe transformar nuestra ciudad en un espacio de cooperación capaz de ofrecer lo mejor de nosotros mismos, generar empleos dignos y distribuir recursos suficientes? ¿Qué limita nuestro deseo de que sean espacios para el aprendizaje, la creatividad y el talento? ¿Qué nos impide hacer de nuestras ciudades modelos de referencia en valores y derechos humanos? ¿Qué nos dificulta desarrollar una gobernanza democrática y colaborativa, cómplice con quienes la sienten propia?
Me contestarás que hay muchos obstáculos. Me responderás que la responsabilidad es de otros (políticos, empresarios,…). Me dirás que otros tienen la culpa. Me argumentarás que son muchos los problemas y escasos los recursos de que disponemos. Me indicarás que son complejos los retos y limitados nuestros conocimientos y competencias para abordarlos. Pero, tras escucharte empáticamente, te responderé que, entendiendo tus argumentos, no podemos refugiarnos tras ellos. No podemos parapetarnos detrás del no. Intentaré convencerte de que un futuro no escrito no tiene por qué ser necesariamente peor que el presente que heredamos. Me niego a aceptar que el futuro no escrito de las personas que quiero y aprecio, y de las que no conozco y quisiera disfrutar, vaya a ser peor que nuestro presente. Tan sólo creo que tenemos que transformar el modo de gobernar nuestra realidad, sociedad y ciudades.
Por ello, te propongo un viaje con destino a la ciudad, a la sociedad, que anhelamos. Una travesía con una tripulación de marineras y grumetes con valores compartidos, con conocimientos y competencias diversas y complementarias. Un grupo de seres humanos de perfiles distintos: políticas y políticos, técnicos, empresarios, responsables de asociaciones, académicos, expertos, ciudadanas y ciudadanos anónimos. Personas con el objetivo compartido de hacer de las ciudades y territorios lugares mejores, generadores de bienestar y bienser para los seres humanos que las habitan y visitan, atendiendo cada caso y siendo permeables a cada circunstancia.
Anhelemos hacernos cargo, cargar y encargarnos de la realidad, como contribución a la profundización democrática y la promoción de la justicia social. Generemos pequeños y ecosistemas urbanos de innovación transformadora, en los que pongamos en marcha experiencias prácticas, concretas y operativas, de desarrollo humano sostenible a través de modelos de gobernanza que integren el desarrollo ecológico, social, económico y cultural, e impliquen los distintos sectores y agentes. Dicho de otra manera, pongamos en marcha iniciativas de aparente corto recorrido e impacto limitado, pero que estén a nuestro alcance: ir andando, bicicleta o en transporte público a nuestros destinos; lanzarnos a un pequeño emprendimiento que cree empleo; posturas intransigentes ante un mínimo atisbo de machismo y violencia contra la mujer; usos responsables de los residuos que generamos; gestos de acogida al inmigrante; compras conscientes al pequeño comercio del barrio; denuncias de cualquier vulneración de derechos humanos en nuestro entorno próximo; compromiso personal e intransferible con el plurilingüismo y la interculturalidad; etc. Son tan sólo algunos ejemplos de esos pequeños ecosistemas de innovación transformadora que pueden remover vecindarios, barrios, pueblos y ciudades.
Ante la incertidumbre, la parálisis provocada por el miedo o la huida hacia delante, estudiemos los retos, planteemos las alternativas e implementemos las soluciones a las necesidades de las ciudades y territorios, en iniciativas conjuntas de instituciones, empresas, entidades sociales y ciudadanía anónima. Han pasado los tiempos en que las instituciones podían solucionarlo todo. Han llegado los tiempos de que las empresas escuchen a la ciudadanía, no sólo como potenciales consumidores. Son tiempos de que las entidades sociales consoliden su perfil proactivo y propositivo, no sólo reactivo. Pero, sobre todo, es el momento de una ciudadanía anónima, empoderada por su formación, empujada por sus valores y comprometida con el desarrollo, protección y garantía de los derechos humanos, así como del desarrollo humano sostenible de sus ciudades.
Impliquémonos con los problemas del mundo. Frente a la parálisis que provoca la complejidad y magnitud de los retos, generemos el estímulo de las pequeñas iniciativas concretas, en torno a las cuales sumar lo mejor del aprendizaje compartido, de la investigación colaborativa y de la acción cocreativa.
Empecemos por lo más próximo, por lo que conocemos y entendemos un poco mejor, aunque por cercano no nos deje de sorprender cada día. Sin dejar de ser solidarios con el planeta, sin dejar de buscar soluciones a los problemas del mundo, sin dejar de ser glocales en sentimiento, pensamiento, aprendizaje y acción. Encontrémonos con quienes, como nosotros, estén comprometidos con su propia ciudad y con esa otra ciudad más grande que es el mundo. De esta manera, acumularemos argumentos y experiencia práctica que avale esta propuesta cargada de buenismo, pero plena también de compromiso e insistencialismo.
Esta propuesta ya está en marcha. Es un proyecto abierto a todas y todos. No tiene más dificultad que la búsqueda de alternativas y soluciones a cada reto. No tiene más obstáculo que el número de personas que se sientan con ánimo de hacer frente a la parálisis de la complejidad y la magnitud. No tiene más límite que el volumen de recursos de todo tipo que seamos capaces de involucrar. No tiene más frontera que el pedazo de planeta al que podamos llegar.
Ante la magnitud y la complejidad de los retos, respondamos con miradas transversales, en las que las soluciones provengan acompasada y simultáneamente de lo económico, social, ecológico y cultural; y con iniciativas transectoriales que vayan de la mano de instituciones, empresas y asociaciones, con la plena implicación de las ciudadanas y ciudadanos anónimos.
Podemos quedarnos quietos y esperar a que otros den respuesta a los retos. Podemos manifestarnos quejosos ante cada problema que se plantea y cargar de responsabilidades a políticos y empresarios. O podemos dedicarnos a hacer realidad el futuro que anhelamos para las personas que tanto queremos o que aún desconocemos.
El futuro no está escrito, no dejes que otros lo escriban por ti. Fíjate si el reto va en serio que vamos a darle lo que realmente nunca podremos recuperar: nuestro tiempo.
[Texto publicado en el periódico DEIA, 9-10-18]