Son las siete de la mañana de un lunes. Llueve. El viento arrecia. El fin de semana no ha dado de sí lo que esperabas. Y, además, tu equipo del alma, el Athletic, perdió el domingo a la tarde en el último minuto de penalti injusto. La idea de tener que andar quince o veinte minutos hasta la boca del metro o tener que acercarte a la parada del autobús no te motiva mucho. Además, has conseguido que te dejen una plaza de aparcamiento en tu lugar de trabajo. De garaje a garaje y tiro porque me toca. No se hable más, la tentación es grande, yo también caería en brazos de la comodidad. El resultado será una extensa mancha de vehículos con un único ocupante desplazándose en hora punta.
Ésta y otras muchas situaciones se suceden en nuestra cotidianeidad, en relación con el modelo de movilidad escogido por las vecinas y los vecinos de nuestras ciudades, territorios y comunidades. En la mayoría de los casos, el caminar pierde chance frente a la bicicleta, la bicicleta frente al transporte público y éste frente al coche particular.
Somos una ciudadanía concienciada sobre la contaminación, la sobreexplotación de espacios y recursos, la reducción de la biodiversidad y el cambio climático. Las encuestas recientes nos muestran ciudadanas y ciudadanos abiertos al cambio de paradigma, dispuestos a sumarse a propuestas de movilidad sostenible. Pero, la transición del viejo al nuevo paradigma presenta complejas aristas que van a necesitar de una fina gobernanza.
En principio, parece que hay un cierto consenso sobre la conveniencia, en aras del bien común, de apostar por una movilidad sostenible. Pero, ello implica favorecer la recuperación del equilibrio ecológico, de la toma en consideración de las reglas del juego que rigen la circulación, distribución y acceso al agua, la presencia proporcional y ponderada de los gases en el aire y la consciencia del carácter limitado del suelo, espacios y recursos disponibles.
La apuesta por una movilidad 0,0 cuenta con el beneplácito de la ciudadanía y está en la agenda de instituciones, empresas y entidades sociales. El tránsito de la movilidad basada en los combustibles fósiles a un modelo soportado por energías renovables parece asumido por una mayoría abrumadora. Pero, la transición requiere de una gobernanza que aborde nuestro desarrollo sostenible como un edredón con cuatro puntas –medioambiental, económica, social y cultural- en el que no nos podemos permitir el lujo de tirar sólo de una de ellas.
El cambio climático y la reducción de la biodiversidad son manifestaciones evidentes de que la punta del desarrollo medioambiental requiere una acción inmediata, eficaz y eficiente. Pero, también es verdad que el modelo de industrialización, y por derivada de urbanismo, seguido en el mundo en los dos últimos siglos, ha generado un modelo de desarrollo económico muy dependiente de una movilidad no sostenible. El culto al medio de transporte con motor de combustión y a una mayor velocidad en el desplazamiento han incidido de modo importante en nuestro uso del espacio y del tiempo. La punta del desarrollo económico actual es todavía dependiente, en un porcentaje muy elevado, de una movilidad no sostenible. Y va a requerir de mucha mano izquierda en su necesaria y obligada evolución a un modelo de movilidad 0,0.
La punta del desarrollo social, sustentado en un empleo digno y el acceso a la sociedad del bienestar (educación, salud, servicios sociales y pensiones), depende en gran medida del correcto funcionamiento del desarrollo económico. La transición hacia una movilidad 0,0 implica el cambio de modelo de producción, con la consiguiente reorientación, reubicación y recualificación de millones de puestos de trabajo, de empleos vinculados a una movilidad insostenible, en conflicto con la ecología, pero también con la innovación tecnológica.
La punta del desarrollo cultural, por su parte, va a jugar un papel fundamental en el cambio de paradigma. Las instituciones, empresas y entidades sociales pueden generar las condiciones para el progresivo trasvase de una movilidad insostenible a otra sostenible. Sin embargo, dicha transición va a requerir de la complicidad de la ciudadanía. Una complicidad no sólo expresada en términos de idea o sentimiento. Se requiere una pedagogía de la movilidad sostenible: un aprender a moverse de otra manera, para acabar moviéndose de otra forma.
Por ello, la movilidad 0,0 es la cara de una moneda que nos ayuda en la migración de una movilidad contaminante a otra de emisiones cero. Pero, necesita de la otra cara, la complicidad de las personas que nos garantice el tránsito a una movilidad compartida. Una movilidad en la que limitemos al máximo el uso del medio de transporte individual para favorecer el uso de medios de transporte compartidos, colectivos, comunitarios, reduciendo así el consumo de espacios y recursos limitados.
(Publicado en el periódico El Correo. 25-3-21)