Cuando Thomas Newcomen descubre la máquina de vapor en torno a 1712 y, décadas más tarde, en 1764, James Watt desarrolla el motor de vapor, se inicia un ininterrumpido periplo de tres siglos de profunda modificación de la relación del ser humano con el espacio y el tiempo. Se produce un incremento progresivo y una paulatina aceleración de la movilidad.
Prácticamente, un siglo después, en 1837, con el telégrafo de Samuel Morse y, en 1876, con el teléfono de Alexander Graham Bell, arranca otra profunda transformación en el modo en que el ser humano se vincula dicho espacio y tiempo. Progresivamente se configura un espacio continuo globalizado.
El conjunto de la sociedad planetaria y, de un modo especial, sus ciudades reflejan los cambios que en materia medioambiental, económica, social, cultural y política se han generado a lo largo de estos tres siglos. Pero, de modo muy profundo, en las últimas décadas.
Hoy en día, estamos asistiendo al antepenúltimo capítulo de este apasionante relato. Pleno de éxitos y logros vinculados con el progreso de la humanidad, pero no exento de preocupantes signos de desigualdad, desequilibrio e insostenibilidad del modelo resultante.
En el proceso de formulación de conceptos como desarrollo humano sostenible y desarrollo urbano sostenible, la movilidad y la conectividad adquieren una gran relevancia. Tanto en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible como, sobre todo, en la Nueva Agenda Urbana aparecen ambos términos de modo reiterado. La movilidad es citada en más de una veintena de ocasiones y la conectividad en una decena de oportunidades.
El reto del cambio climático y la contaminación del aire que respiramos ha provocado un debate sustancial ante la perentoria necesidad de repensar el modelo de movilidad surgido en el siglo XVIII, acelerado exponencialmente a partir de la aparición del automóvil a finales del siglo XIX, el uso de los combustibles fósiles y la extensión a otras modalidades a lo largo del siglo XX. Debate en el que la conectividad, desde aquellos legendarios telégrafos y teléfonos de cable de fines del XIX hasta el avance del internet de las cosas o la última propuesta 5G de la revolución digital, juega un papel para nada secundario.
La progresiva reducción de emisiones ha provocado la apuesta, aún tímida, por una transición de un modelo de movilidad soportada fundamentalmente en combustibles fósiles a otro modelo de movilidad eléctrica, como soporte principal. Si bien, cabe pensar que el potencial científico y creativo del ser humano, junto a su capacidad de innovación tecnológica, puedan continuar desarrollándose hasta el anhelado escenario de emisiones cero ¿Utopía o realidad? Lo dejo en manos de las y los tecnólogos, con la observancia vigilante de quienes tan sólo somos humildes humanistas.
En este primer reto, la conectividad, la revolución digital que trasciende el camino iniciado por aquellas comunicaciones por cable, juega un papel esencial en facilitar sensores, plataformas, redes, datos y cuadros de mando que mejoren el análisis en la toma de decisiones para la mejora de los medios de movilidad y la gestión eficiente y eficaz de los mismos.
Pero, existe un segundo reto al que se le dedica menos atención: la sobreexplotación de espacios y recursos. La mancha de la movilidad ha invadido aceleradamente los interiores de la ciudad, sus periferias y amplias extensiones del planeta, por tierra, mar y aire. Hasta llegar a un punto de saturación de espacios y de consumo de recursos naturales que alcanza un preocupante punto de insostenibilidad. Por ello, a la transición hacia la movilidad eléctrica como paso previo a la movilidad de emisiones cero, se ha sumado la necesidad de evolucionar de una movilidad individual, caracterizada por el vehículo particular, a una movilidad multimodal y colectiva, que pudiera alcanza una utópica movilidad cero o movilidad de proximidad.
En este segundo reto, la conectividad, además de lo ya indicado para el reto anterior, puede posibilitar tecnológicamente las transiciones a la movilidad multimodal y colectiva, haciendo posible el acceso en tiempo real a información que haga que las y los usuarios utilicen los diversos sistemas de transporte y desplazamiento en un modo mucho más eficiente, inteligente y sabio. De la misma manera que, apoyando el desempeño de actividades a distancia, puede favorecer la movilidad cero, completando nuestra actividad laboral (teletrabajo), educativa (educación a distancia), de cuidado (teleasistencia), etc. sin necesidad de desplazarnos.
Lo anterior es compatible con la defensa de una sana movilidad de proximidad que se pueda realizar por medio de fórmulas de movilidad individuales, colectivas y multimodales, de emisiones cero. Lo que, además, no implica renunciar a la vida social y comunitaria, evitando la soledad provocada por un exceso de digitalización de las relaciones interpersonales.
Pero, existe un tercer reto, el de la gobernanza de los retos anteriores. Y no sólo entre instituciones, empresas y tejido asociativo, sino también en relación a las personas. En este punto, también debemos encarar una transición que avance: desde la consideración de las personas como usuarias y consumidoras; por el camino de la toma en consideración de las necesidades, demandas y experiencias de ciudadanas y ciudadanos; hasta el establecimiento de fórmulas que posibiliten su incorporación a un diseño cocreativo de soluciones a la movilidad y la conectividad.
Todo sea por posibilitar el desarrollo sostenible. Todo sea por recuperar el punto de equilibrio que la aceleración y la globalización quebraron. Todo sea por situar el bienestar y el bienser de las personas que habitan ciudades, territorios y planeta en el centro de nuestras agendas.
(Publicado en los periódicos DIARIO VASCO, EL CORREO e IDEAL DE GRANADA. 24 y 25 de julio de 2019)