El lenguaje ofrece interesantes recursos con los que hacer frente a las situaciones más complejas de la vida. A diferencia de lenguas como el inglés, alemán o francés, en el que los conceptos ser y estar quedan representados por la misma palabra (be, sein o être), en el caso del castellano y euskera, cada concepto se vincula a términos distintos (ser y estar, izan y egon).
Tal vez, una expresión cotidiana más reflexiva, un mejor aprovechamiento de la fuerza de las palabras, nos ayudaría en la búsqueda de alternativas a problemas de identidad, autoestima y socialización.
Cuando alguien nos introduce o nos presentamos ante otras personas, optamos por indicar nuestro nombre y apellido(s), añadiendo que somos abogada, peluquero, profesor, ingeniera, alcaldesa, médico o futbolista. Es decir, asociamos nuestra identidad, nombre y apellido(s), a una función que desempeñamos en una etapa más o menos prolongada de nuestra vida.
No tendría mayor trascendencia si no observáramos, en el transcurso del tiempo, sus implicaciones para la propia existencia. Hasta el punto de que la ausencia de una función, trabajo o responsabilidad asociada a nuestro nombre y apellido(s), bien de modo temporal por desempleo o enfermedad, bien de modo permanente por jubilación o imposibilidad, provoca profundas crisis de identidad y autoestima.
La ausencia de una profesión o trabajo, que acompañe a nuestro nombre y apellido(s), nos pone en el disparadero de justificaciones forzadas: estoy en paro, trabajar trabajo pero en labores domésticas, llevo un tiempo sin encontrar trabajo, acabo de dejar tal cargo, tengo una incapacidad, estoy jubilado,…
Es como si nuestro nombre y apellido(s) no fueran suficientes tarjetas de presentación de nuestro ser, de nuestra identidad, valores, conocimientos, competencias y destrezas. Es como si necesitáramos estar para acabar de ser, para ser un oficio o profesión, ser un trabajo, ser un cargo,…para ser en plenitud.
Ante este secuestro del ser por el estar, quisiera reivindicar la idea de la plenitud del ser simplemente por el hecho de tener nombre. Eres tanto en cuanto tienes un nombre que te identifica en tu carácter único e irrepetible. Incluso, aunque lo compartas con otras personas que se llamen igual, cuando menciones tu nombre, el tono, volumen y modulación de tu voz lo harán distinto al de cualquier otro ser humano.
No obstante, puedes ser aún más, recurriendo a tu apellido(s). Dependerá del grado de lejanía o complicidad que sientas con las múltiples historias que confluyen en tu persona. Cada apellido te vincula con memoria, secuencias y relatos, con personas que te aportan o restan identidad. Puedes prescindir de los itinerarios que convergen en tu presente o puedes recuperar claves para mejor entenderte o, simplemente, sentirte mejor.
Pero, si decides dar un papel más o menos secundario a los apellidos, seguirás teniendo nombre y con él sustancia suficiente para defender tu identidad, proteger tu autoestima, reconocerte en tus valores y presentarte ante el mundo.
Todo lo demás será bienvenido. Si te haces bombera, pintor, empresaria u organista, serás más a más. Será importante que lo consideres como una oportunidad para seguir creciendo, seguir desarrollándote, pero no como condición imprescindible para seguir siendo.
Si te cuesta encontrar un puesto de trabajo, si lo has perdido, si lo tienes pero no es remunerado, si no podrás desempeñarlo más,… no olvides que sigues siendo.
Eres desde el inicio de tu existencia, con todos tus derechos y deberes ciudadanos. Tu aparición en escena, en una u otra familia, te habrá ofrecido apellidos con los que reforzar tu ser. No pierdas la oportunidad de indagar en su memoria y relato. Te sorprenderás con la acumulación de circunstancias y hechos relevantes que convergen en tu persona.
Si has tenido la fortuna de crecer en una de estas partes del mundo donde la población se escolariza, aprovecha la oportunidad de estar en la escuela, instituto, centro de formación profesional o universidad para empoderar el ser, pero no caigas en la tentación de confundir un título académico con el ser.
Si la vida te da la oportunidad de incorporarte a un puesto de trabajo o te ha facilitado medios para crearlo tú mismo, sigue sumando al ser, pero no ocultes tu nombre y apellido(s) tras la función que desempeñes.
Si el devenir de los años te hace sufrir la traumática experiencia de verte en el paro, no dejes de sentir que sigues siendo y, en todo caso, piensa en qué medida puedes extraer algún aprendizaje de la experiencia vivida. La fortaleza del ser se alcanza a partir de todas las experiencias, buenas y menos buenas. Su fuerza te ayudará a encontrar un nuevo estar: un puesto de trabajo.
Si el paso de los años te conduce a la jubilación, no pienses que tu ser se extingue, porque tu ocupación deje de acompañarte.
Somos, independientemente de dónde o cómo estemos. La identidad y dignidad de cada persona comienza en el mismo momento en que nace. Cada estar -estudio, título, trabajo, función, responsabilidad o cargo- es sólo abono para el ser, en lo bueno y malo, en las experiencias satisfactorias y dolorosas.
Eres un nombre y apellido(s). Lo demás son circunstancias. Algunas te condicionan. Otras te mejoran. Todas te acaban abandonando. Pero, su pérdida no te debe hacer dudar de la esencia: sigues siendo.
[Publicado en el periódico El Correo. 23-7-17]