Llevamos años debatiendo sobre los avances y las limitaciones que ha mostrado el estilo de vida adoptado a lo largo de los últimos dos siglos, con la evolución del paradigma científico-tecnológico, caracterizada por la aceleración del tiempo y la globalización del espacio.
Las limitaciones del modelo de crecimiento mundial, en general, y urbano, en particular, fueron identificadas con claridad en torno a un triple eje medioambiental, económico y social, cuando la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la Resolución de 25 de septiembre de 2016, Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. Meses después, el 23 de diciembre de 2016, a propuesta de su agencia ONU Hábitat, abundó en la cuestión al refrendar la Nueva Agenda Urbana. Y por si faltaran retos en los documentos anteriores, UNESCO, en octubre de 2016, aprobó el Informe Mundial sobre la Cultura para el Desarrollo Urbano Sostenible- Cultura Futuro Urbano, en el que insistía en la necesidad de sumar la perspectiva cultural como cuarto eje a trabajar.
Por lo tanto, la agenda de temas críticos estaba ya encima de la mesa en 2016. Toda persona con responsabilidad institucional, empresarial, social o ciudadana ha sido consciente, a lo largo de estos años de las tareas pendientes, de los objetivos propuestos y de la hoja de ruta a seguir.
Pero, algo falla de modo reiterado. Somos conscientes de los problemas y de los objetivos para superar esta gran prueba colectiva mundial. Pero, no conseguimos fijar una gobernanza colaborativa del mundo que dote de equipos adecuados y recursos suficientes al proyecto común: el Desarrollo Humano Sostenible. Y, por otro lado, las propuestas de gobernanza generadas tienen importantes déficits democráticos. La Declaración Universal de Derechos Humanos se mantiene como código ético mundial, pero con un relativo grado de avance en la protección, garantía y reflejo en la vida cotidiana de millones de ciudadanas y ciudadanos, tanto del Sur como del Norte Global.
La pandemia del Covid-19 no ha hecho sino agudizar un escenario pleno de globaldemias que nos afectan a todas y todos. No deja de ser una globaldemia más, que se une a todas aquellas que se vienen arrastrando desde décadas anteriores y que, en mayor o menor medida, afectan al conjunto de la población mundial, causando tanto o más dolor y muerte:
En primer lugar, la globaldemia climática, provocada por la sobreexplotación de recursos y espacios naturales, rurales y urbanos a lo largo y ancho del planeta, junto con la contaminación del agua, suelo y aire, con la consecuente reducción de la biodiversidad y el cambio climático cada vez más perceptible en hábitats y ecosistemas.
En segundo lugar, la globaldemia demográfica, consecuencia de la asimétrica distribución de la población, con áreas geográficas muy envejecidas y otras con poblaciones exultantemente jóvenes; con las subsiguientes dificultades para el cuidado de las personas mayores, la autonomía de las personas con diversidad funcional, la atención a la infancia o la emancipación de la juventud. Junto a un incremento del movimiento migratorio, no exento de vulneraciones de los más elementales derechos humanos en origen, tránsito y destino. A lo que sumar la incomprensible segregación del 51% de la humanidad, en una realidad global para nada paritaria entre mujeres y hombres.
En tercer lugar, la globaldemia especulativa, resultado de un modelo económico global basado en la algorítmica especulación de los fondos de inversión, la presencia incomprensible de paraísos fiscales, una producción y consumo deslocalizados, junto a una tecnología imprescindible pero también omnipotente. Totalmente desinhibida ante problemas como las desigualdades, la pobreza, el hambre, la ausencia de salud, las carencias de recursos educativos o las limitaciones en el acceso a servicios sociales básicos.
En cuarto lugar, la globaldemia xenófoba, reflejo del miedo al otro, en múltiples rincones del planeta, fruto de la intolerancia a la diversidad cultural y religiosa, al sentido de pertenencia e identidad múltiple, y la dificultad para hacer propios los valores fundamentales recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos Así, como una insuficiente puesta en valor de las potencialidades de la creatividad individual, la inteligencia colectiva y las innovaciones de base no tecnológica en la resolución de los problemas citados.
La pandemia del Covid-19 ha incidido gravemente en las globaldemias previas, ha afectado más a quiénes ya sufrían los efectos de éstas, ha ensombrecido su magnitud y alcance, pero ahí siguen todas ellas generando desigualdad, dolor y muerte. Basta con mirar al mundo, sus ciudades, territorios y comunidades.
[Publicado en el periódico El Correo. 10-10-20]