Desde que el ser humano está en el mundo, la necesidad de dar respuesta a los problemas que van surgiendo, el deseo de mejorar el presente vivido, el anhelo del cambio y la transformación de la realidad conocida o, incluso, el deseo de vislumbrar dificultades futuras ha estado presentes.

Pero no todo lo calificado como innovación ha sido, es, ni será realmente innovación, ni lo será en idéntica medida, alcance, ni profundidad. Hay innovación contemplada como tal por la carencia de una memoria histórica o geográfica de los logros y avances en tiempos previos o espacios alejados. Hay innovación que surfea por la superficie de la mejora sin bucear en las profundidades del cambio. (Carr, 2011)

La ciudad, como constructo social, ha estado igualmente presente en el devenir del ser humano, convirtiéndose en reflejo de los cambios en curso, en cada tiempo y espacio. Pero, de igual manera, ha sido protagonista de algunas de las transformaciones vividas.

La narración y el análisis de los cambios en curso y su relación con la innovación nos ocupan en las siguientes páginas.

La innovación en la ciudad emergente

Asistimos a un profundo proceso de transformación en que estamos migrando de una era de cambios a un cambio de era. El conocimiento científico ha tenido un importante desarrollo desde finales del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX. La innovación y desarrollo tecnológico, como fruto de la aplicación práctica de dicho conocimiento, ha avanzado a ritmo creciente en la segunda mitad del siglo XX y los inicios del siglo XXI. En palabras de Lipovetsky, “la innovación ha reemplazado a la productividad repetitiva del fordismo” (2007:79). La fuerza del paradigma científico-tecnológico se ha dejado sentir, de un modo especial, en el desarrollo del transporte, la comunicación y la domótica.

Desde la aparición de la máquina de vapor a finales del siglo XVIII, en los albores de la Revolución Industrial, pasando por la aparición del ferrocarril, el automóvil y el avión en el tránsito del XIX al XX, hasta el momento presente, la mejora tecnológica de los medios de transporte ha ido favoreciendo la movilidad. La movilidad, capacidad y acción de trasladarse de un lugar a otro, se ha incrementado de modo exponencial. Los fundamentos básicos estaban ya en el origen del ferrocarril, barco, automóvil o avión.

La evolución ha sido de tal calado que la distancia entre dos puntos se ha convertido en una cuestión de tiempo, del tiempo que se tarda en recorrerla más que en el significado de los kilómetros. Un kilómetro, la medida objetiva de la longitud, se ha visto condicionada por el uso de uno u otro medio de transporte, haciendo que quinientos kilómetros en coche -por carretera o por autovía-, en tren -convencional o de alta velocidad- o en avión, sean percibidos de modo distinto.

La movilidad, hija de la evolución en el transporte, se ha convertido en condición sine qua non, en aliada imprescindible, del desplazamiento constante, en movimientos pendulares, cortos, estacionales o de larga distancia. La ciudad emergente encuentra su caldo de cultivo en un contexto de movilidad, de accesibilidad física en tiempos razonables a destinos antes inalcanzables. Las ciudades se van introduciendo en el sistema red, por las arterias de las autovías, vías de ferrocarril, autopistas del mar y pistas de aeropuertos. Al introducirse en la red, comienzan una desaforada carrera por atraer a las y los ciudadanos errantes a través de una oferta de movilidad accesible, económicamente asequible y razonable en términos de ocupación del tiempo (Ryser, 2005). Las ciudades ajenas al sistema red, alejadas de las grandes arterias, oscilan entre el ostracismo de la regresión (ciudades vaciadas) o la inteligente puesta en valor de la soledad ante las muchedumbres nómadas (ciudades slow).

La invención del teléfono a finales del siglo XIX, supuso el inicio de otra vía de profunda transformación, la apertura de una nueva dimensión del espacio. El espacio virtual como lugar no físico, en el que se puede desarrollar parte de la experiencia vital, arranca en el mismo momento en que el teléfono rompe el lazo inseparable entre comunicación y carácter presencial. La radio de principios de siglo, la televisión de los años veinte, el mundo digital de los setenta hasta llegar a la nueva economía de las multitudes inteligentes (Tapscott & Williams, 2007) son hitos en el desarrollo de la comunicación. Pero, desde un comienzo, la irrupción de lo virtual en el mundo real fue un hecho. La innovación tecnológica ha ido enriqueciendo el concepto comunicación con una ampliación del vínculo multimedia, al introducir un mayor número de sentidos en el proceso.

La conectividad, alimentada por el desarrollo de la comunicación, se ha convertido en protagonista de una ciudad en que lo que no se comunica no existe. De tal manera que se llega a invertir los términos y podemos llegar a generar realidades a partir de personajes y hechos virtuales. La ciudad actual es el mundo de la comunicación de un relato. Relatos basados en hechos reales o virtuales, fruto de la historia, del presente o del futuro, conocido o imaginado. Las ciudades son lo que son y lo que proyectan en la iconosfera de la comunicación y la permanente conectividad.

Una ciudad que deja de emitir mensajes, retazos de vida real o imaginada, desaparece del imaginario del mundo. Al contrario, las proyecciones de una ciudad construyen una imagen de la misma, incluso, por encima o al margen de la realidad. La Opera House de Sidney, en Australia, supone la proyección de una postal, a modo de presentación de la ciudad, para muchas personas que jamás han estado, ni probablemente estarán nunca, en dicha ciudad. Sin embargo, los valores inherentes al edificio y su entorno establecen un código de relación con los interlocutores virtuales. La conectividad se ha producido.

Los eventos son proyectores de conectividad, pequeños o grandes haces de luces que se extienden por ciudades reales y virtuales empapando los imaginarios de miles o millones de personas (Richards & Palmer, 2010). Los Juegos Olímpicos, vinculados desde su origen a la ciudad que los hospeda, se convierten en codificadores de rasgos ambientales, sociales, económicos y culturales de la urbe que los acoge. Conocemos Barcelona, Atlanta, Sydney, Londres o Beijing por las tomas aéreas del maratón, por los majestuosos actos inaugurales, por las formas de sus equipamientos deportivos, por las escenas robadas de la vida cotidiana y filtradas en las cabeceras de documentales en un antes, un durante y un después. Las ciudades, al margen de los eventos, basculan entre sentirse ignoradas por no ser noticia o hacerse ellas mismas noticia sin la necesidad de evento extraordinario alguno.

La aplicación de la innovación tecnológica a los espacios, los edificios, la domótica, el conjunto de sistemas que automatizan las diferentes instalaciones de una casa y un hogar, supone un tercer escenario de cambio profundo (Álvarez Monzoncillo, 2004). Pero, al referirnos al concepto hogar no deseamos circunscribirnos a la vivienda personal o familiar, sino al hábitat en el que desarrollamos nuestra existencia. Nuestro hogar entendido como vivienda, pero también como barrio, pueblo o ciudad. A nivel de la vivienda, los cambios que configuran una nueva organización y distribución del espacio son numerosos: con la incorporación de las tecnologías de la información y comunicación, el suministro y control de sistemas energéticos, la climatización, los sistemas de seguridad, los procesos de recogida de residuos urbanos… Estas aplicaciones se han extendido a otros espacios privados y públicos de nuestro entorno más próximo. Las calles de nuestros barrios, pueblos y ciudades han ganado en infraestructuras tecnológicas, llegando a posibilitar la existencia de espacios wifi en equipamientos culturales, aeropuertos o plazas públicas.  Los sistemas de iluminación, de suministro de agua y gas, de recogida, reciclaje y reutilización de residuos urbanos, de climatización en edificios públicos cerrados y abiertos, de seguridad en calles y plazas, de realidad vritual o aumentada… se han extendido hasta ir abarcando una parte sustancial de las ciudades. Todo ello ha posibilitado un caldo de cultivo apropiado para el desenvolvimiento de las ciudades, siempre atentos a la calidad de vida y a la seguridad. Ha facilitado, en aquellos lugares donde se han producido, avances significativos como hábitats y ecosistemas acogedores.

Por otro lado, se han generado dinámicas centrífugas, en las que los propios crecimientos metropolitanos han provocado zonas de penumbra, no sólo lumínica, sino también tecnológica, de inseguridad o de degradación. Llegando a darse el caso de realidades absolutamente contradictorias de territorios inteligentes con patios traseros absolutamente degradados. Así mismo, nos encontramos con otro fermento de contradicción en el efecto que el desarrollo de la domótica ha suscitado en el hogar-vivienda. La progresiva integración de la televisión, los equipos de música, la red internet, el ordenador personal, el home cinema, la videoconsola, el móvil, las plataformas… han producido un doble efecto cocooning (Augé, 2005:122), de enclaustramiento en una vivienda-espacio autosuficiente, y efecto deseo, de sugerir necesidades nuevas de movilidad en búsqueda de lugares y espacios que se convierten en sueños anhelados.

La aceleración del tiempo y la globalización del espacio se han consolidado como efecto del desarrollo del paradigma científico-tecnológico en los últimos dos siglos (Castells, 1996), desde el arranque de la ciudad industrial hasta la actual ciudad del aprendizaje, conocimiento, creación e innovación. El tiempo inmediato y el espacio continuo han transformado la naturaleza y características de los actuales perfiles de la ciudad: la calidad medio ambiental, los perfiles socio-demográficos, la actividad económica y la cultura. Entre los impactos generados, el problema de la identidad, personal y colectiva. Preguntas en torno al quién soy y quiénes somos han visto acrecentado su protagonismo en una ciudad de una extraordinaria complejidad (García Canclini, 1999). Dicha cuestión aflora no sólo desde la perspectiva del debate en torno a la reacomodación de los ciudades en un estado-mundo, sino también desde el diálogo depredador con la naturaleza y el resto de los seres vivos, la difícil convivencia en el marco de sociedades mestizas, la mercantilización obscena de la experiencia en tiempos de crisis, la desideologización y el avance del populismo, la responsabilidad personal asumida en el propio aprendizaje o la espectacularización de la cultura (Vargas Llosa, 2012), por citar algunos escenarios de incertidumbre.

La innovación, abordada, entendida y contextualizada en esta ciudad emergente, me atrevo a definirla como la implantación y apropiación social de nuevas ideas, procesos, productos o experiencias a partir de la ampliación, mejora o transformación de las realidades conocidas en todas las esferas de la existencia.

En el contexto actual, la ciudad ha ido conformando una larga cadena de innovación: desde el aprendizaje a partir de la experiencia acumulada, la investigación sobre las cuestiones planteadas, la generación del conocimiento como fundamento para las respuestas, la transferencia de conocimiento entre agentes, la creación de nuevas soluciones alternativas, el desarrollo e implementación de las mismas, hasta el uso y la apropiación de las propuestas innovadoras por vecinas y vecinos. Porque, siempre, la cadena iniciada con el proceso de aprendizaje se completa cuando la innovación es reconocida y hecha propia por los demás (Rogers, 1962; Lundvall, 1992; Parrilli, 2010; Innerarity, 2011).

Las ciudades que avanzan han sido y son aquellas capaces de generar las condiciones necesarias para la puesta en marcha de dicha cadena, de los procesos de innovación que la conforman (Porter, 1987). Cuanto más completo sea el número de eslabones y más gruesa en cada uno de dichos eslabones, más vigorosa será la cadena y el ecosistema de innovación resultante. Una sociedad del aprendizaje a lo largo de la vida es el mejor caldo de cultivo para la fermentación de los procesos de innovación. Una ciudad del conocimiento hace de la generación y transferencia del mismo una fuente inagotable de innovación. Una ciudad creativa añade la fuerza de la transformación a la secuencia de innovación. Una ciudad de la innovación se habitúa a fomentar, exigir y apropiarse de los nuevos desarrollos implantados, retroalimentando el inicio de otros nuevos.

La ciudad emergente requiere de un sabio y equilibrado gobierno de la complejidad, en el que la innovación aporte la sabiduría teórica y práctica necesaria para una correcta gobernanza del tiempo, gobernando la aceleración desde un tiempo presente y futuro. Para ello es importante tener en cuenta las arritmias provocadas por la vivencia simultánea y en grado distinto del tiempo global y el tiempo local, que conllevan un amplio pluralismo de la temporalidad (Innerarity, 2011: 219).

La innovación, de igual manera, en la gobernanza del espacio, puede facilitar el buen gobierno de la globalización desde ciudades concretas (Hall, 1998; Lundvall, 2002; Innerarity, 2011). Estamos necesitados de ecosistemas de innovación que incluyan las estructuras en red, procesos cocreativos y resultados incrementalistas, adaptativos y radicalmente transformadores, necesarios  en cada caso y circunstancia. Pero, debemos ser conscientes de la asimetría que se constata entre las ciudades, según el avance y penetración de la innovación tecnológica y entre la mayor o menor presencia de los espacios de los flujos entre los espacios de los lugares (Castells, 1996, 451).

La ciudad emergente exige la armónica integración de las naturalezas complementarias de la innovación: la innovación de base tecnológica de los Smart cities y las innovaciones de base no tecnológica de naturaleza económica, social y cultural. Un alineamiento necesario en un contexto de desequilibrio provocado por las distintas velocidades de la innovación, con una preocupante desatención de la innovación social y la innovación cultural frente a la constante y bien dotada innovación tecnológica y, en menor medida, innovación económica (Innobasque, 2009: 9).

El desarrollo de la ciencia y la acumulación de conocimiento han posibilitado un elevado nivel de implantación de innovaciones tecnológicas, con consecuencias económicas y sociales de extraordinario calado. Pero, en gran medida, la innovación social y la innovación cultural no sólo no han desarrollado el camino inverso, sino que ni siquiera han podido dar respuesta adecuada al impacto social o cultural de la innovación tecnológica. La sociedad organizada (instituciones, empresas o entidades sociales) y la ciudadanía no se han desarrollado en el grado que el avance tecnológico y sus impactos hubieran requerido. La economía, por su parte, ha crecido gracias a las nuevas posibilidades de la globalización y la aceleración, y el impacto económico de la innovación tecnológica, pero en un modelo desequilibrado social, cultural y medioambientalmente. Innerarity lo expresa de modo claro y conciso al afirmar que “una innovación sin sociedad produce efectos socialmente indeseados” (2009: 25).

Una aproximación innovadora a la propia innovación

En ciudades en entornos de complejidad e incertidumbre, la búsqueda de respuestas y soluciones debe abordar la propia innovación como sujeto y objeto de innovación. La integración coherente de los objetivos de productividad, calidad y transformación pueden ayudar en sobremanera a innovar en las propias estrategias y ecosistemas de innovación en las ciudades.

La innovación focalizada en la productividad adquiere un marcado carácter incrementalista (Hamel, 2000). Se centra en la cantidad, soportada sobre una ligera alteración de la ciudad conocida y una amplia difusión entre la ciudadanía. Una innovación centrada en el número y la magnitud. La innovación así entendida es un ejercicio necesario en aquellas realidades en las que la ciudad debe seguir adelante en un escenario de máxima complejidad como el planteado en la actualidad. Esta aproximación a la innovación incide en la manera de hacer, en el amplio abanico de las innovaciones técnicas y materiales, reflejadas en estructuras y procesos, pero sobre todo en resultados (productos, servicios y programas). Pero, no profundiza adecuadamente en las otras esferas de la gobernanza: porque no piensa suficientemente en modelos alternativos; no consolida la experimentación como una profunda fuente de aprendizaje; y recoge el sentir ciudadano reducido a emociones superficiales al servicio de una mercantilización de plazos cortos e inmediatos.

La innovación centrada en la calidad busca una vía de avance en una visión adaptativa, que profundice en la modificación y el cambio de lo conocido. Se trata de una innovación centrada en las propiedades inherentes a las personas y las cosas. Es una propuesta útil para una ciudad que exige la calidad en sus usos y consumos. Se vuelve a incidir en la manera de hacer, reincidiendo en las soluciones técnicas y materiales de la innovación urbana, con un mayor protagonismo concedido a estructuras y procesos en la búsqueda de la calidad. Si bien se continúa desarrollando escuetamente el modo de pensar, tanto en cuanto que generador de modelos de ciudad distintos a los conocidos. Tampoco se profundiza en el estilo de aprender, no impulsando la experimentación significativa que refuerza conocimientos, junto a competencias y valores desde los que abordar la innovación. Y la forma de sentir de los ciudadanos sigue sin ser abordada en profundidad, más allá de una emocionalización superficial de las experiencias.

La innovación orientada a la transformación y cambio social, se muestra próxima a las necesidades de los nuevos tiempos y espacios, profundiza en una aproximación radical, sustentada en la cocreación, en procesos de creación compartidos desde la participación y la corresponsabilidad de la sociedad organizada y la ciudadanía anónima. Es una innovación preocupada por la cualidad, que se centra en la transformación de la naturaleza intrínseca de las cosas, sobre todo si éstas no dan respuesta a las cuestiones planteadas o si, incluso, son fuentes generadoras de nuevos problemas. La manera de hacer, configurada en torno a las innovaciones técnicas y materiales, es ahora sujeto de transformación. Fundamentalmente, la innovación encuentra su campo de implementación en: la generación de modelos alternativos de ciudad (desde otros modos de pensar); el fomento de la experimentación en torno a la adquisición de competencias y conocimientos para esas ciudades posibles (otros estilos de aprender); y la consideración de emociones, motivaciones y valores de las personas y ciudadanos (otras formas de sentir).

Una aproximación socialmente innovadora de la ciudad

En una aproximación socialmente innovadora de la ciudad podemos adoptar dos posiciones de partida: la consideración de la ciudad como sujeto o como objeto de innovación. La visión de la ciudad como factor de innovación, como agente transformador o la del efecto de la innovación de base tecnológica o de base no tecnológica (económica, medioambiental, cultural y social en la ciudad.

Si de la ciudad como sujeto, agente de innovación, se trata, la aproximación a la ciudad como experiencia es en sí misma una fuente de innovación.

En primer lugar, porque amplia la atención hacia no sólo los aspectos objetivos de la misma (población residente y en tránsito, vida y actividad urbana, organización del tiempo, espacios utilizados o recursos implicados) sino también de los aspectos subjetivos de la experiencia de ciudad (emociones, motivaciones, valores, beneficios o percepciones que configuran la vivencia de las personas que lo habitan y transitan).

En segundo lugar, porque la ciudad, entendida como experiencia personal, aporta otra perspectiva de los ámbitos tradicionales y asentados de la misma. La ciudad es vista en la unidad intrínseca de lo vivido y deseado, en la que se integran en número y porcentaje variable de bienes, actividades, productos, servicios o eventos junto a las motivaciones que los han impulsado, los valores que los han soportado y las emociones que los han acompañado.

En tercer lugar, porque la ciudad como experiencia se contempla como un proceso cambiante a lo largo de la historia y a lo largo del ciclo vital de las personas que la habitan, de acuerdo a las condiciones medioambientales, económicas, sociales y culturales de cada momento. Por lo tanto, nada más alejado de una foto fija que una ciudad y nada más necesitado de innovación a la hora de encarar propuestas y respuestas. La infancia, la juventud, la edad adulta, la vejez… se muestran condicionadas en sus individualidades por la ciudad donde se vive esa etapa de la vida, por las condiciones propias y las que la propia ciudad facilita.

Si, por otro lado, de la ciudad como objeto de innovación se tratara, podemos contemplar un rico escenario de oportunidades para innovar.

En primer lugar, la oportunidad para ser innovadores pragmáticos.  En la implementación de una innovación que se proponga hacer y hace hacer. Lo que supone asumir el reto de generar propuestas con rasgos tales como: glocalización, una propuesta que resuelva armónicamente la convivencia de lo local y lo global;  relacionalidad, inclusión y cocreación, una propuesta participativa y corresponsable, tanto de sectores como de agentes, en el diseño, el desarrollo y la evaluación de lo hecho; sostenibilidad, una propuesta sensata en el uso y consumo de recursos y espacios; y equilibrio, como doble factor de cohesión interna y atracción externa.

En segundo lugar, la oportunidad para ser racionales. En la implementación de la cadena y ecosistema de innovación se sugiere pensar y hacer pensar.  Lo que implica generar una propuesta de ciudad: desde la ideologización, fijando el modelo de ciudad que se persigue; desde la revalorización, no sólo usando la ciudad sino también valorando sus potencialidades; desde la radicalización democrática, potenciando los valores de la ciudadanía (Uriarte, 2009: 15), el estado social y de derecho y la sociedad del bienestar y bienser; desde la e-gobernanza, sujeto a la aplicación de las TIC a la gobernanza de la experiencia de ciudad.

En tercer lugar, la oportunidad para ser creativos (Florida, 2005; Landry 2007). La implementación de la innovación implica, igualmente, aprender y hace aprender. El reto planteado supone impulsar una propuesta de ciudad donde el aprendizaje está imbricado en todos y cada uno de sus elementos y orientado a todos y cada uno de los ciudadanos y agentes considerados, generando lo que los expertos denominaban los espacios interactivos de aprendizaje, los ecosistemas creativos y las organizaciones que aprenden (Senge, 2000).

En cuarto lugar, la oportunidad para ser empáticos. La innovación tiene mucho de sentir y hace sentir. Mucho más en el entorno de una ciudad de la experiencia.  Una propuesta de ciudad configurada desde la innovación plantea, por un lado, la necesidad de ser sentida por sus inspiradores y diseñadores y, por otro, la conveniencia de que sienta a sus conciudadanos.

Gobernanza de la ciudad desde una innovación radical y humanista

La generación de un ecosistema de innovación en la ciudad encuentra su punto de apoyo en la formulación una doble aproximación radical y humanista a la innovación.

 La innovación, desde una aproximación radical, se fundamenta en  la transformación y cambio social, en la cocreación, en procesos de creación compartidos desde la participación y la corresponsabilidad. La generación de modelos de ciudad alternativos, el fomento de la experimentación en torno a la adquisición de competencias y conocimientos y la consideración de emociones, motivaciones y valores de las personas y ciudadanos centran la labor de la cadena de innovación (aprendizaje, conocimiento, transferencia, creatividad y apropiación) y del ecosistema resultante.

La innovación, desde una aproximación humanista, fija la atención tanto en los aspectos objetivos como subjetivos de la experiencia ciudadana de ciudad. Plantea una perspectiva integrada de los ámbitos medioambiental, económico, social y cultural. Esta aproximación es sensible al carácter cambiante de la experiencia de ciudad a lo largo de la vida, en un itinerario a lo largo del ciclo vital y de acuerdo a las condiciones de cada momento. Y, de igual manera, aborda un amplio elenco de dimensiones de dicha vivencia.

La generación de un ecosistema para la innovación debiera plantearse en términos de: pragmatismo (con una gobernanza que posibilite un modelo de ciudad glocalizado, relacional, inclusivo, cocreativo, sostenible y equilibrado); racionalidad (con una gobernanza de la ciudad re-ideologizada, radicalmente democrática en su concepción y proyectada hacia y desde la proximidad física, redes sociales e internet); creatividad (con una gobernanza que posibilita la experimentación y el aprendizaje como fermento de la creación); y empatía (con una gobernanza sensible a las emociones y sentimientos de los conciudadanos). En definitiva, el gobierno sensato de un fenómeno emergente desde una innovación radical y un humanista (San Salvador del Valle, 2011).

Referencias

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