Creo que, de modo mayoritario, los miembros de la Comunidad Universitaria compartimos la idea de una universidad al servicio de la fe, el encuentro fe-cultura, el diálogo intercultural  y la promoción de la justicia.

Y constato la convergencia de la Comunidad Universitaria en ese gran objetivo,  que se expresa, desde la búsqueda incansable de la excelencia académica, en la generación de sabiduría y conocimiento, la enseñanza y aprendizaje, la proyección e innovación socialmente responsable y sostenible a nivel local y global.

La búsqueda de la excelencia universitaria, a través del desarrollo de un modelo de enseñanza-aprendizaje de calidad junto a un sistema de investigación, desarrollo, innovación y transferencia reconocido internacionalmente, debe ir acompañada de un activo compromiso con la innovación socialmente responsable y sostenible. Un compromiso con el cambio de las emociones, valores, motivaciones y percepciones que dificultan la promoción de un mundo, una sociedad, más justa y solidaria.

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La universidad tiene mucho que ver, mucho que pensar, mucho que sentir, mucho que aprender, mucho que enseñar, mucho que hacer en una sociedad carente de referentes y liderazgos. Las personas indignadas, cabreadas contra los demás y contra sí mismos, por las mil y una razones que convergen en plazas y avenidas, miran en no saben qué dirección esperando que alguien les diga algo en una de estos dos sentidos: “yo puedo hacer algo por ti” o “tú puedes hacer algo por ti mismo y por los demás”.

La Universidad puede, los miembros de la Comunidad Universitaria pueden, responderles: haciendo algo por ellos, haciendo que ellos hagan algo por ellos mismos y por los demás.

Hasta aquí, sólo los hechos cotidianos nos pueden desdecir. Nuestra humanidad limitada puede incidir en los ritmos lentos, en las contradicciones y en las incoherencias. Pero, una inmensa mayoría de los integrantes de esta Comunidad Universitaria aporta cada día valor al proyecto, a la misión.

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