Mañana es 1 de octubre. Después de un largo proceso de argumentación y contra-argumentación somos conocedores de las tesis que defiende cada cual y hemos podido generar nuestro propio juicio de valor al respecto.
Al margen del sentido de dicho juicio, quiero ponerte en el escenario del día después. Ese amanecer del día 2 en el que seremos conocedores de lo acaecido el día anterior, del referéndum non nato o finalmente celebrado. Por responsabilidad, humana y ciudadana, quiero compartir contigo una pregunta que me martillea hace semanas: Y a partir de ese día, ¿qué?
Eres capaz de intuir multiplicidad de escenarios, pero voy a centrar tu atención sólo en tres de ellos.
En el primer escenario, no ha habido referéndum. El orden constitucional y los poderes que de él emanan han adoptado medidas que lo han hecho inviable, por inconstitucional e ilegal. Fieles al estado de derecho vigente, han actuado en consecuencia y se han aplicado los mecanismos que la legalidad posibilita. No voy a entrar en el grado de severidad con el que se han llegado a aplicar, ni el impacto político, institucional y social resultante del mismo, tan sólo quiero que pienses en una pregunta: Tras la no celebración del referéndum, ¿qué podemos hacer con las tres cuartas partes de ciudadanas y ciudadanos catalanes que querían un referéndum? ¿Y qué podemos hacer con el porcentaje elevado -veremos si mayoritario o no- que siguen deseando la independencia?
En el segundo escenario, ha habido referéndum. A pesar de las medidas constitucionales y conformes al estado de derecho vigente, las instituciones catalanas han logrado poner en marcha el plebiscito, abrir los colegios electorales y recoger los votos en las urnas. Pero, por no estar de acuerdo con el referéndum o verse afectados por las turbulencias y presiones previas, han ido a votar menos del 50% del censo. En tal caso, mi pregunta es: ¿Qué podemos hacer con la mayoría de ciudadanos catalanes que se han abstenido?
En el tercer escenario, ha habido referéndum, han votado más de la mitad del censo y el voto por la independencia ha sido mayoritario. A pesar de resultar un proceso inconstitucional y fuera del marco legal vigente, la ciudadanía ha decidido ejercer su derecho al voto y lo hace de modo mayoritario a favor de la independencia. En este caso, será importante considerar si por una exigua mayoría o por mayoría absoluta. Pero, en ambos casos: ¿Qué podemos hacer con los catalanes que no han querido la independencia?
En los tres escenarios, intuyó la presencia de un porcentaje muy significativo de ciudadanos que van a quedar totalmente insatisfechos con el resultado, porque: son partidarios del referéndum, quieren la independencia o desean seguir formando parte de España. Y no creo que vaya a ser nada fácil convencerles de que el resultado ajeno es bueno para ellos, en su proyecto personal y colectivo.
Por ello, sugiero que prestemos atención al día después y a las consecuencias de cualquiera de nuestras posiciones actuales porque la política es el arte de resolver problemas, no de ningunearlos o incrementarlos.
En la búsqueda de soluciones, ¿por qué no empezamos a hacer política de verdad? Desde hoy mismo. Sin esperar al día después en que un porcentaje elevado de catalanas y catalanes iniciarán un proceso de rebeldía ante cualquiera de los escenarios resultantes. Para ello propongo empezar por conjugar cuatro verbos estrechamente vinculados con la política.
En primer lugar, sentir. Tras la cuestión que se plantea hay una fina capa, muy muy sensible, de sentimientos profundos. Emociones que se manifiestan en el habla de lenguas, la escucha de himnos, la visión de banderas,… Sentimientos que difícilmente se pueden racionalizar, pero que se pueden gestionar. Podemos cultivar valores como la alteridad, empatía o solidaridad para lograr el reconocimiento de las diferencias, el respeto a la identidad del otro y la convivencia con el otro, como base para la generación de emociones compartidas. Incluso, si nos ponemos a hacer política de verdad, podemos conseguir que, en la definición de lo español, lo catalán pase a ser nuclear, constitutivo del concepto e integrado en las características que lo definan, y viceversa. Es cuestión de desarrollar una pedagogía del respeto mutuo, para avanzar hacia la convivencia y quién sabe si hacia los sentimientos compartidos.
En segundo lugar, pensar. La política tiene un importante componente ideológico. Tenemos modos distintos de ver el mundo y la sociedad en la que vivimos. Discrepamos en la prioridad que concedemos a la libertad y la igualdad. No vemos de la misma manera el modo de organizar soberanías, territorios y ciudadanías. Pero, partiendo del respeto a los Derechos Humanos, la garantía y protección de los derechos civiles, políticos y sociales, seguro que podemos idear nuevas formas de organizarnos que superen los puntos de desencuentro actuales entre unionistas, autonomistas, federalistas, confederales, soberanistas o independentistas. No tengo ninguna duda de que hay personas capacitadas y con buen talante para elaborar una fórmula en torno a la que logremos el acuerdo.
En tercer lugar, aprender. La política debe aprender de aciertos y errores, propios y ajenos. Y en el tema que nos ocupa, la historia reciente está llena de contextos y entornos, de decisiones y soluciones, que solventaron o acrecentaron los problemas que pretendieron abordar. No estaría de más someterlos a análisis y reflexión, sin apriorismos ideológicos ni prejuicios emocionales. En el sereno contraste con otras experiencias y sus protagonistas encontraremos luz para nuestras tinieblas.
En cuarto lugar, hacer. La política es hacer. Es dotarse de competencias y capacidad de intervención en los problemas. Es generar estructuras eficaces y procesos eficientes en el logro de los fines planteados. Es redactar normas, adecuadas y suficientes, que acompañen los objetivos propuestos. Es gestionar presupuestos, con ingresos suficientes y gastos que atiendan el bien común. Son programas, servicios e infraestructuras que concreten las políticas sentidas, pensadas y aprendidas.
Como en otros órdenes de la vida, la innovación, también en política, nos puede dar herramientas para solucionar los conflictos de identidades, sentimientos, ideas, soberanías y competencias. Nos puede ayudar a lograr estructuras mejores, mayor participación ciudadana en los procesos, recursos necesarios y suficientes, normas útiles o servicios eficaces.
No esperemos al día 2 de octubre, comencemos a sentir, pensar, aprender y hacer política hoy mismo. Siempre hay y habrá mayorías y minorías, satisfechos e insatisfechos con sus respectivos gobiernos, pero que las diferencias no se conviertan en muros insalvables o franjas infranqueables.
[Publicado en los periódicos El Correo y Diario Vasco. 30-9-17)