Lecturas 26 de julio. Domingo XVII tiempo ordinario.
A veces viene bien recordar qué tipo de conversaciones tenemos y para qué hablamos. Se trata de un ejercicio que nos ayuda a descubrir cuál nuestra agenda efectiva, que a veces dista de la afectiva. Podemos descubrir que hablamos de cosas que no nos afectan, de fútbol, de cotilleos, del gobierno, del tiempo, … Y tal vez descubramos que la palabra Dios aparece menos de los creíamos.
Jesús habla del Reino de Dios, con sus palabras y con sus hechos. Palabras que aparecen en parábolas para que se entienda mejor y acercar esa idea a la gente. Jesús tiene la pasión por el Reino y lo lleva metido en los huesos.
Nuestras bocas han callado a Dios, parece que eso del Reino no lo vivimos tan a flor de pie y que es un valor contracultural. Desde que Nietzsche anunció la muerte de Dios, al menos podemos hablar del silenciamiento sobre Dios. Se han silenciado las parábolas, palabras, imágenes que nos ayuden a explicar eso que vivimos y que casi no podemos compartir porque igual no nos entienden. ¿Para qué abriré mi boca?