26 de julio, sábado XVI del tiempo ordinario. Santos Joaquín y Ana, padres de la bienaventurada Virgen María
En tiempos de incertidumbre, los abuelos son como raíces profundas que sostienen la vida familiar. Con su experiencia, ayudan a distinguir lo importante de lo pasajero, sin imponer, pero marcando huella. En su presencia aprendemos que el crecimiento lleva un tiempo y una paciencia que parece que no tenemos.
La parábola del trigo y la cizaña nos recuerda que no todo se puede separar de inmediato. Hay procesos que requieren dejar crecer, observar, confiar en que el bien tiene la última palabra. No se trata de juzgar pronto, sino de cuidar con sabiduría lo sembrado.
Tal vez debamos recuperar la mirada serena de quienes ya han vivido mucho. Aprender a convivir con imperfecciones, a valorar lo bueno que crece lento, a esperar sin arrancar. Y así, cultivar en común campos donde aún florece la esperanza.
