31 de agosto, domingo de la XXII semana del tiempo ordinario
Vivimos rodeados de invitaciones a destacar, a ocupar la primera fila en todo: en el trabajo, en las redes, incluso en las conversaciones. Parece que el valor se mide por la visibilidad que alcanzamos, aunque la plenitud se juega en otro lugar.
Jesús, en el Evangelio, nos habla desde la experiencia de un banquete. Observa cómo las personas buscan el sitio de honor y, con calma, les recuerda que la grandeza no consiste en imponerse, sino en hacerse pequeños. La verdadera fiesta comienza cuando se abren las puertas a quienes nadie invitaría, cuando el gesto es gratuito y la mesa se llena de rostros olvidados.
Se nos ofrece la oportunidad de habitar la vida con sencillez, de poner lo mejor de nosotros al servicio de otros sin esperar devolución. Quizá así descubramos que lo verdaderamente grande no está arriba, sino en lo pequeño que, al compartirse, se convierte en bien común. Feliz domingo.
