Corrían los años cuarenta, la Guerra Civil era un rescoldo humeante en sus corazones y el futuro una tapia insalvable. Empezaron a trabajar de sol a sol, donde y como pudieron, en condiciones de feudalismo contemporáneo. No pudieron cumplir sus anhelos de formación,  forjados en  sueños de preguerra, ante la perentoria necesidad de llevar un jornal a casa. Se cobijaron en viviendas en precario, al socaire de sus mayores o malviviendo con iguales. No contaron con apoyo alguno de las instituciones. Ni pudieron ser acompañados por familiares o amigos con los que compartían adversidades.

Pero, salieron adelante. Formaron familias numerosas. Levantaron empresas, talleres y comercios. Crearon empleo, el suyo y el de otros muchos. Fueron haciendo hogar de sus viviendas. Nos regalaron el don más preciado: la formación que tanto anhelaron. Nos llevaron a las puertas de la democracia. Y nos pasaron el testigo.

Hoy, dos generaciones después. La juventud encara una situación en la que nuestra generación intermedia no ha sabido o podido mejorar sus condiciones de partida en el acceso a un empleo y una vivienda dignas. Hemos madurado las instituciones democráticas que heredamos de nuestros padres y madres, pero con sombras y lagunas importantes. Al menos, si podemos afirmar que no hemos cejado en el empeño de darles el bien más preciado: la formación.

Y, ¿qué podemos hacer para enmendar nuestros errores o, al menos, para amortiguarlos? Creo que podemos hacer mucho, pero sobre todo mejor y de modo distinto.

Desde luego, las condiciones de partida no son las mismas que las de nuestros padres. Ni para bien ni para mal. No estamos en un contexto de postguerra, ni en una dictadura, por mucho que nuestra democracia sea manifiestamente mejorable. Pero, por contra, vivimos en un mundo global y acelerado que dificulta en sobremanera la búsqueda de soluciones locales a problemas globales.

Entonces, ¿damos por bueno un futuro en el que nuestras hijas e hijos vivirán con menor bienestar y bienser que nuestra generación? Me resisto a ceder al pesimismo. Tenemos un compromiso ético y moral con nuestras hijas e hijos: la generación de unas condiciones de partida dignas, al menos, tanto como las que nuestros padres nos posibilitaron. No deseo que la juventud que nos va tomando el relevo abra una puerta que les deje en el cuarto oscuro. Deseo que abran, con fuerza, trabajo, esfuerzo y decisión, las puertas de la esperanza presente y futura.

La primera puerta les requiere formación a lo largo de la vida. La sociedad global y acelerada en la que viven pide respuestas distintas a situaciones diferentes, con lo que necesitan contar con una buena caja de herramientas cargada de conocimientos, competencias y valores. Recursos que les ayuden a ser buenos profesionales, capaces de responder a los problemas planteados en cada caso. Pero, recursos que les aporten, como personas, confianza en sí mismos (autoestima) y un profundo sentido de los demás (alteridad) ¿Y cómo acompañarles a cruzar el umbral? En primer lugar, haciendo lo que hemos hecho hasta ahora: invertir en su formación. Pero, en segundo lugar, reforzando nuestro papel de orientadores, como personas y  sociedad organizada –familias, centros educativos, medios de comunicación, instituciones, empresas, entidades sociales,…- en ese largo proceso que va de la infancia a la madurez. La orientación que informa, escucha, hace de contraste y corresponsabiliza es imprescindible.

La segunda puerta invita a cruzar el umbral de la empleabilidad. Aquí la cosa no pinta bien. Podemos exigir a los jóvenes que pongan todo de su parte en su proceso formativo, para llegar en condiciones reales de franquear la puerta, pero nosotros, personas y organizaciones, debemos crear las condiciones para que pongan en valor los conocimientos, competencias y valores adquiridos. No podemos permitirnos el lujo de tirar por la borda tanta fuerza, vitalidad, creatividad y aprendizaje acumulado. Buenas prácticas, proyectos reales, becas formativas, oportunidades de un primer empleo, temporalidad limitada, parcialidad por mutuo acuerdo, calidad del empleo, desarrollo profesional, movilidad razonada, flexibilidad horaria sensata, corresponsabilidad,… son parte de una larga agenda por resolver ¿Sería posible dialogar entre instituciones, centros educativos, empleadores, sindicatos y jóvenes, hasta establecer un mínimo común denominador que nos permita cumplir con ese compromiso adquirido de facilitarles unas condiciones de vida dignas? Son ellos quienes deben construir su empleabilidad, paso a paso, esforzándose, aprendiendo, arriesgando. Pero debemos acompañarles, resolviendo el listado de temas pendientes, posibilitando un contexto en que puedan comenzar a acertar o equivocarse por sí mismos.

La tercera puerta implica compromiso con los demás. No podemos permitir que se conformen con disfrutar su oportunidad formativa y unas condiciones dignas de empleabilidad. Una visión responsable y sostenible del mundo, de la sociedad y de las personas exige tener en cuenta las condiciones de vida de las generaciones venideras. Y esta visión debe formar parte de su ADN vital. Debemos pedirles un compromiso con la creatividad, la innovación y el emprendimiento, auténticos motores del cambio. Los tiempos fueron adversos a nuestros padres, más favorables para nosotros, complicados para ellos, no está de más que piensen en cómo pueden hacerlos más asequibles a los que habrán de venir.

Los problemas y necesidades de hoy son las oportunidades y trabajos de mañana. Pueden, deben, inventar su trabajo, su empleo, el de los demás, para avanzar en su presente, en un mañana, en el futuro de todas y todos.

[Publicado en el periódico El Correo. 12-11-15]