16 de agosto, sábado de la XIX semana del tiempo ordinario
En estos tiempos, en los que las agendas están llenas y las conversaciones a menudo se pierden entre pantallas, los más pequeños corren el riesgo de quedar al margen. Su voz, sencilla y directa, a veces se diluye entre las urgencias de los adultos. Sin embargo, siguen teniendo una mirada capaz de iluminar lo esencial.
El gesto de Jesús acoge y reivindica el valor de la infancia como lugar de verdad y apertura. Los niños, con su franqueza y capacidad de asombro, nos recuerdan que la grandeza no se mide por el poder o el saber acumulado, sino por la apertura de corazón. Su presencia es un recordatorio de lo que somos llamados a conservar.
Tratemos de redescubrir la mirada limpia y el corazón abierto, sin prejuicios ni miedos. Acerquémonos a los demás con la misma curiosidad y confianza con que un niño explora el mundo. Y aprendamos, juntos, a vivir con la ligereza y la profundidad que brotan de lo auténtico.
