7 de agosto, jueves, XVIII del tiempo ordinario
En un mundo atravesado por tensiones, polarizaciones y desencuentros, muchos buscan la llave para abrir caminos de reconciliación y cerrar heridas del pasado. La autoridad se cuestiona y, sin embargo, seguimos necesitando voces que ayuden a discernir, unir y orientar en medio del desconcierto. ¿Quién tiene hoy la llave para liberar lo que oprime y cerrar lo que destruye?
Pedro recibe de Jesús las llaves del Reino, no como símbolo de poder, sino de servicio: atar y desatar, acompañar procesos, sostener la comunidad. La Iglesia —frágil y cuestionada— sigue llamada a esa misión: ayudar a interpretar la vida, liberar de miedos, reconciliar, abrir puertas a lo nuevo. No desde la imposición, sino desde la escucha y el compromiso con el bien común.
Permitámonos redescubrir nuestro papel en esta tarea de abrir y cerrar con sabiduría y compasión. Asumamos juntos la responsabilidad de atar lo que une y desatar lo que esclaviza, construyendo espacios donde la vida florezca. Seamos, con otros, custodios de llaves que no encierran, sino que liberan.
