Lecturas 29 de mayo, Viernes VII semana de Pascua
Hace unos días, me entretenía imaginando cosas en mi confinamiento: qué sería de nosotros si los políticos se dijeran unos a otros “¿Me amas más que estos?” Digo, jugaba a imaginar que Álvarez de Toledo se lo decía a Pablo Iglesias, por ejemplo; o que éste se lo preguntaba a Espinosa de los Monteros. La reacción ante la sola imagen de algo parecido, lo reconozco, es chocante. Creo que es chocante porque explicita la tensión y el enfrentamiento, quizá hasta el odio que llevamos mal escondidos dentro. La clase política, dramatizándolos y poniéndolos ante nuestros ojos, favorece cierta catarsis, si solo no se les toma demasiado en serio. Si parece una idea peregrina que la oveja y el león puedan pastar juntos, la primera pregunta es por el tipo de dios a nuestra medida que nos hemos dado: ¿ya es capaz de atraerlo todo hacia sí?
En las vísperas de Pentecostés, la Iglesia pide lo que no puede darse y tanto necesita. Jesús viene pidiendo cosas enormes en los evangelios de estos días: “Que encontréis la paz” (lunes); “No que los saques del mundo; sino que los guardes del mal” (miércoles); “que te conozcan a ti, Padre” (martes). Desde ayer, el evangelio pide la unión entre nosotros: “que sean completamente uno” (jueves). Esta vocación a la comunión se predica en la Iglesia, se predica para los creyentes al menos, pero no se predica solo para ellos. Si a diferencia de todo reino de este mundo, el Reino de Dios es para todos, sin exclusión (precisamente, sin exclusión), entonces, la segunda pregunta es por el tipo de convivencia que deseamos: ¿ya sería capaz de integrarlo todo y a todos?
Los creyentes pedimos el DON. Pedimos precisamente aquello que no pudieron darse nuestros padres, que no podemos darnos nosotros, que no podrán darse nuestros hijos. Porque ni está de nuestras manos ni lo estará jamás. Por eso nos referimos a Él como el don con mayúsculas, el don sobre todo y todos, porque es capaz de integrar a cada cual (por “rarito que sea”). Hablo del don que consiste, antes que nada, en dar el sentido de la aventura vital que cada cual vivimos en un escenario donde nadie falta. El don que revela como imprescindible y aun preciosa cada persona y cada criatura. El don que armoniza, sin arrebatar nada, sin dominar a nadie ni a nada, el don que lleva, que va llevando todo a su madurez y plenitud… suavemente. La tercera pregunta, por tanto, es por el poder del amor con que nos con-formamos, que aplaca nuestra sed más profunda: ¿es incapaz de vencer la muerte?
La pregunta “Pedro, ¿me amas?” es una pregunta por nuestra capacidad de perdonarnos a nosotros mismos en la luz de un Dios misericordioso. También es una pregunta por nuestra capacidad de aceptar a los demás, en la luz de un Dios con un plan de integración absoluta. En fin, es una pregunta por nuestras experiencias y deseos acerca del amor, en cuanto que llamadas a crecer hasta el mayor respiro, hasta hacer estallar nuestros pequeños pulmones.En la vigilia del sábado al domingo, invocaremos este Don, el domingo que viene contemplaremos su origen en las relaciones de comunión entre las personas trinitarias.