La pasada primavera, en la celebración del Día Mundial del Diseño, el ICOD-Consejo Internacional del Diseño lanzaba una pregunta: “¿Cómo diseñamos hoy?” Y en el texto del manifiesto que acompañaba dicha efeméride se afirmaba: “Todo aspecto del mañana está siendo diseñado hoy. Y tú lo estás diseñando”.

Este otoño, en el marco de la Bilbao Bizkaia Design Week, se ha incidido en la idea de que el diseño es una actividad centrada en la elaboración material de bienes y productos. Una actividad que se ocupa de la estética, la funcionalidad y el valor simbólico de los artefactos generados: plazas, escaparates, farolas, redes inteligentes de servicios, platos, bancos, vestimentas, pasos de peatones, anuncios, videojuegos,… Pero, también, se ha reivindicado como un proceso que se preocupa por los conceptos y su incidencia en la realidad en que se aplican. Un proceso que busca soluciones y alternativas a los problemas planteados en nuestra ciudad y territorio: problemas de información, formación, usabilidad, movilidad, conectividad, accesibilidad, inclusión, sostenibilidad, disfrute,…

En torno al diseño se ha identificado a creativos, artistas, artesanos, arquitectos, ingenieros, interioristas, modistos, comunicólogos, gráficos, publicistas, desarrolladores de contenidos digitales, etc. Pero, en torno a la idea del diseño como proceso, se ha abierto la puerta al trabajo interdisciplinar con profesionales procedentes de  otras ciencias (jurídicas, sociales, humanas, de la salud o naturales). Se ha ampliado el repertorio de disciplinas y profesiones implicadas en el diseño del hoy y del mañana. Y se ha constatado la necesidad de tiempos y espacios en los que los diseñadores y otros profesionales dialoguen más entre sí.

Actividad y proceso, materialización y conceptualización, diseñadores y otros profesionales, configuran un entorno donde maduran vínculos de nueva y distinta naturaleza entre el diseño y la ciudad.

El primer nivel de diálogo entre diseño y ciudad se manifiesta en la expresión: diseño en la ciudad. Se refleja en la estética, funcionalidad y significado de nuestros hogares: espacios, recursos y detalles dedicados a suelos y paredes, decoración, iluminación, carpintería, mobiliario, electrónica, domótica,  moda y fondo de armarios, menaje del hogar, alimentación, etc. Y se extiende, puertas afuera, por la ciudad (urbe): espacios públicos, edificios de viviendas, calles, avenidas, plazas, puentes, parques, fuentes, jardines, arte en la calle, mobiliario urbano, redes de infraestructuras y servicios básicos, equipamientos comunitarios, comercios y tiendas, centros sanitarios y hospitales, centros educativos y universidades, servicios sociales, equipamientos de ocio, cultura y deporte, centros religiosos y de culto, talleres y fábricas, etc.

Un segundo nivel  de relación entre diseño y ciudad se plasma en la formulación: diseño de la ciudad. Se incide en la aproximación más conceptual del diseño: su capacidad para incidir en el modelo y  la gobernanza de la ciudad (polis). Se dibuja la ciudad deseada, desde el rol concedido a: la sostenibilidad, la innovación tecnológica, el desarrollo económico, la inclusión, la cohesión y la innovación social, el aprendizaje o el conocimiento. Se introduce la potencia creativa e innovadora del diseño en la búsqueda de soluciones alternativas a los problemas planteados en torno a la residencia, el trabajo, la formación, el ocio, el transporte, la conectividad, el bienestar e, incluso, la felicidad.

Un tercer nivel de interdependencia se manifiesta en torno a la expresión: diseño con la ciudad. Se aborda el reto del diseño de la ciudad con la participación de las personas, de las y los ciudadanos que lo habitan (civitas). Estamos en un contexto de profundo cambio social, en que las fórmulas del diseño en y de la ciudad se muestran insuficientes para dar respuesta a las inquietudes, necesidades y demandas de sus vecinos. Ciudadanas y ciudadanos desean ser agentes activos en la definición de los usos, cánones de belleza y valores asociados con sus barrios, centros y periferias. El adecuado diseño de dinámicas presenciales (puntos de información, consejos, paneles, grupos de discusión, espacios cocreativos,…) y medios digitales (páginas web, redes sociales, espacios de innovación abierta,…) pueden favorecer una ciudadanía: informada, gracias a la transparencia; con confianza, al sentirse escuchada; corresponsable, al verse co-diseñadora; y cómplice, debido a  las experiencias auténticas, memorables y significativas  acumuladas en la ciudad.

Un cuarto nivel de complementariedad se acuña en el enunciado: diseño desde la ciudad. En pleno proceso de globalización, se suscita la necesidad  de un diseño glocal de la ciudad.  Apoyada en sus perfiles propios, la ciudad se proyecta al exterior, convirtiendo bienes, productos y servicios en experiencias de interés para los ciudadanos del resto del mundo. Un modelo de diseño hospitalario para los que se sientan atraídos. Las ciudades encuentran en el diseño un factor de diferenciación en un mundo globalizado. El diseño en y de la ciudad convierte a la urbe y la polis en un espacio atractivo para el orbe.

El diseño contribuye a la configuración de una ciudad 360, integrando en un todo equilibrado: la compacidad, la competitividad, la cohesión, la creatividad y la colaboración.

En primer lugar, el diseño favorece la compacidad del territorio. Aproxima centros y periferias, físicas y virtuales, llenándolos de calidad medioambiental y calidad de vida,  reduciendo distancias, a través de la accesibilidad, el transporte, la comunicación y la conectividad.

De igual manera, el diseño impulsa la competitividad de la economía urbana. Lo hace como sector económico con perfil propio, atractivo, en el mundo. El diseño contribuye con su impronta de autenticidad.

Así mismo, el diseño favorece la cohesión social. El diseño es un agente transcultural e inclusivo, de matices y expresiones distintas en ciudades cada vez más diversas, desiguales, mestizas, multiculturales. Las ciudades se hacen más tolerantes y hospitalarias.

El diseño es resultado  de la creatividad y a su vez, fuente de nueva creatividad e innovación. La incorporación del diseño a los procesos de enseñanza-aprendizaje empodera a las y los ciudadanos, aumentando su capacidad de resolución de problemas y de imaginar futuros posibles en el ámbito cultural, pero también en lo social, económico, político o medioambiental.

La introducción del diseño en los procesos de encuentro y diálogo entre instituciones, empresas, entidades sociales y ciudadanía favorece la alteridad y la empatía, al sumar a la fuerza de la palabra: la expresión, la contemplación, el tacto o el gusto. La colaboración y cooperación se asientan sobre los pilares del diseño.

[Deia. 11-1-16]