Contemplar la pasión y especialmente la crucifixión me genera desazón, tristeza, rabia e incomprensión. Simplemente planteo 3 momentos:
Está cumplido Son las últimas palabras de Jesús en el Evangelio de Juan antes de su muerte en la cruz. Es el final de un recorrido en el que ha ido predicando y viviendo el Reino de Dios que tiene un final que nos sitúa ante la gran paradoja de la vida cristiana. Reconocemos la entrega de Jesús hasta el final, como decía ayer en la cena, mostró que los amó gasta el extremo. Es una ocasión para aprender a mirar a los crucificados del mundo y con ellos a mirar a quienes aman hasta el extremos.
Mi siervo tendrá éxito. Es lo que dice el 4º cántico del siervo que utilizamos como primera lectura. La cruz es el éxito de Dios. ¿Cómo un ejecutado con su grupo de seguidores dispersos ha tenido éxito? Me cuestiona lo que significa el éxito en la vida, aquello por lo que luchan, luchamos millones de personas cada día, lo que los grandes y pequeños líderes del mundo persiguen, pero que al final es totalmente ajeno a la lógica de Dios. Y aquí nos preguntamos con algunos que presenciaban la ejecución: Dios, ¿dónde está tú éxito?
Ahí tienes a tu madre. En la vida de Jesús siempre ha estado presente María, su madre. Nunca ha estado solo. María, la mujer del pueblo, que creyó y se comprometió. Me gustaría acordarme del dolor de tantas madres que sienten las puñaladas de la realidad en sus hijos, en la vida que trajeron. Me acuerdo de aquellas en quien creen a pesar de todo, y en aquellas que nos enseñan a esperar cuando nadie espera nada.
Es viernes santo, el tiempo de todos los crucificados de la historia, el tiempo de preguntarnos el por qué de tanta injusticia y dolor; y el tiempo en el que miramos al cielo esperando aún a que Dios haga algo por su Hijo, a que Dios haga algo por sus hijos. Entre tanto, Dios calla.