30 de marzo, Domingo de la III semana de Cuaresma
A veces nos podemos vivir como nómadas en el movimento continuo que no siempre nos lleva a algún sitio ni a ninguna identidad que nos guste. Es entonces cuando sentimos la necesidad de levantarnos e ir a casa, al hogar donde somos quienes realmente somos.
La parábola del hijo pródigo nos habla del Padre, pero también nos habla del hermano que deja de ser hermano e hijo. El amor del padre es el que nos da la identidad y la posibilidad de reconciliarnos con nosotros mismos, pero también la libertad de dejar de serlo.
Necesitamos volver a esa casa donde podamos ser quienes realmente somos. Ese espacio en el que nos podemos proyectar hacia fuera, descansar, celebrar y abrazar la vida misma. Igual este domingo podemos hacerlo con los neustros. Feliz domingo.
