No estamos preparados
Por Julen Escalero, iNNoVaNDeR 10G y agente comercial en Aplicanet
> Año 2000: en España hay unos 24 millones de líneas de teléfono móvil.
> Año 2008: Apple saca su iPhone 3G, con 128MB de RAM, cámara de 2 mpx y bluetooth. En España, ya hay tantas líneas móviles como personas.
> Año 2016: Apple saca su primer móvil sin entrada Jack de 3,5 mm y con cámara frontal de 7 mpx. En España, el 93,5 % de los usuarios prefiere el móvil al ordenador para navegar.
El mundo avanza a pasos agigantados. O, mejor dicho, las cosas que creamos los humanos. Hace 2000 años, la mayoría de la gente vivía en chabolas en el mejor de los casos. Hace 200, en edificios de madera. Hoy, la gente tiene una segunda vivienda, una campera, una autocaravana.
La mayoría de nuestro entorno cambia a un ritmo endemoniado, inédito en nuestra Historia. Pero creo que hay algo que no va a saber adaptarse al cambio científico, tecnológico y social a tal velocidad: nosotros mismos.
Hasta ahora, cada época histórica, cada contexto, tenían unos rasgos bien definidos. La era Moderna, aunque relativamente rupturista respecto de la era anterior, era estable. La tecnología y la ciencia avanzaban poco a poco, se asentaban. La sociedad, la política, las leyes y la religión también se adaptaban lentamente. La pintura, la filosofía, la poesía avanzaban acordes. Había personas que eran capaces de digerir, sentir, interiorizar y transmitir esa necesidad de cambio, que a su vez exponencialmente trasladaban a su público. Es decir, las ciencias humanas y sociales canalizaban y transmitían el avance tecnológico y científico, en cierto sentido.
Y como el coche que rueda a 30 km/h, el camino iba llegando poco a poco, y con suavidad y delicadeza iban sorteando los baches. Año 2016: conducimos a 200. No sabemos si nos hemos saltado la salida, si se va por aquí o si cogemos la curva derrapando. No es malo per se, pero va a generar confusión y reacción.
Creo que al dedicar crecientes esfuerzos a la ciencia y la tecnología en detrimento de otros “saberes” no contamos como seres humanos con el equilibrio y la agudeza necesaria para liderar el cambio a esta velocidad. No estamos preparados para un replanteamiento ético sobre si tener hijos a la carta está bien o mal. No estamos listos para afrontar la contradicción de trabajar en la inmortalidad cuando hay tantas personas muriendo de hambre.
La nanotecnología, la biomedicina, el big data a lo grande, etc., son una realidad. Procesamiento de datos sobre todo lo que somos y hacemos. Medicina sin médicos. Energía ilimitada y gratuita, materiales indestructibles, clonación. Inteligencia artificial superior a la natural, cuestionarnos la barrera entre lo artificial y lo humano. ¿Dónde queda el alma? ¿La hay? ¿Por qué? ¿Por qué no?
Además, hace 2000 años, lo que pasaba en China se quedaba en China. Hoy, lo que pasa en China, si queremos, se sabe en Sudamérica, en Islandia y en Colombia. Tampoco estamos preparados para un debate mundial, que permita acuerdos globales (no los alcanzamos ahora en materias infinitamente más sencillas), o determinar la autonomía de cada nación para abordar los avances como le plazca, manteniendo la armonía.
Tristemente, tampoco contamos con líderes fuertes que nos lleven, que nos guíen, en el viaje hacia el futuro. O yo no los reconozco.
Y es que, en sí, no estamos preparados para tener un debate. Abierto, relajado, constructivo, respetuoso, donde poder charlar tranquilamente sobre cómo queremos construir el futuro. No lo estamos como sociedad.
Probablemente, no lo estamos, ni lo estaremos a medio plazo, porque seguimos enseñando a los niños a aprenderse la tabla de multiplicar de memoria. No a pensar.
Al cabo de un rato, el chico alzó el brazo y la profesora se acercó. “Señor, ¿podemos dejar el papel en blanco?”. En vez de rechazarlo categóricamente –los chavales debían representar su percepción del contexto del Guernica-, decidió pasarle la pelota al adolescentes y le preguntó por qué. “Porque después de una guerra civil es como quedaría el país. Vacío”.
La sensibilidad que nos falta. Desafortunadamente, no era un aula española.
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