Emprender por Azar
Escrito por Unai Curiel, CEO en MayBi Marketing
No puedo contar demasiado sobre mi experiencia como emprendedor porque no la tengo, pero puedo contaros la historia de cómo alguien que ya puede hacerse llamar emprendedor ha llegado hasta donde está ahora, a las 01:37 h de la mañana en la mesa-escritorio de mi habitación, escribiendo mientras escucho Keep me in your heart de Warren Zevon porque, la verdad sea dicha, no se me da del todo bien eso de contar historietas si no son en papel, con poca luz y sonando en unos cascos Sony blancos, que me regaló el Olentzero en forma de hermano unos años atrás, alguna canción que rescate del Abismo de Helm que hay en mí algún tipo de sentimiento o inquietud que haya ganado la batalla a los demás. Al fin y al cabo, la palabra escrita es lo mejor que se puede encontrar, la tentativa siempre frustrada para expresar eso a lo que, por medio de palabra, llamamos pensamiento.
Terminé de estudiar Administración y Dirección de Empresas en el año 2014. Típico perfil de estudiante mediocre que pasa de soslayo por su carrera, ése que hace lo que hace porque hay que hacerlo y hace lo mínimo posible por hacerlo. Así durante los 4 años de universidad, algún buen amigo por el camino y un desengaño amoroso de por medio.
No sentí para nada que mi formación estuviese completa cuando salí de allí, así que, por hacer algo, me metí a estudiar un máster mediante el cual pude trabajar al mismo tiempo en una Start Up tecnológica que todavía se estaba definiendo a sí misma.
Había ya, gracias a una persona que había conocido en ese período de tiempo, un sentimiento de querer cambiar algunas cosas, de adueñarme de mis decisiones y, con algo de dinero ahorrado y después de pasar por el sur de Italia el verano de 2015, decidí que emprendería por primera vez; cambiaría de aires, me iría lejos de casa, a algún lugar extravagante, raro, estrafalario, infrecuente, inusual, insólito, singular, inusitado. Acabé en el centro de Bilbao porque se me quedaron 4 asignaturas del máster en el tintero. Soy un estudiante de obligaciones mediocre, hacedme caso. Ésa fue la vez que aprendí que siempre acabamos llegando a donde nos esperan.
Iba a pasar allí sólo unos pocos meses, hasta que acabara con lo que me acontecía. Pero sucedió algo. Sucedieron varias cosas, todas en forma de persona: una gata, una activista, una isleña, un escritor y una compañera de vida. Me tenía que quedar. El máster había acabado y la Start Up cerró, necesitaba algo que me permitiera quedarme ahí, en sus vidas. Encontré dos trabajos, uno por dinero y otro por prestigio. Acabé escupiendo sobre el dinero y estrujé al prestigio como a cada una de las latas de cerveza que nos habíamos bebido en las noches de la ciudad.Así que me quedé allí, compartiendo las noches y una balda en la nevera del escritor, aprovechando cuando había comida porque nunca sabíamos a ciencia cierta cuándo íbamos a poder volver a comer, esperando a que la propia vida cobrase vida propia. Bilbao fue una auténtica fiesta, pero se acabó. Para bien o para mal jamás volvería a serlo.
Empecé la etapa posterior sabiendo cuál era el camino, pero aprendí también que no quería andar en soledad por él, ya os he dicho que no tengo mucho talento. Aquel que dijo “más vale tener suerte que talento” sí que conocía la esencia de la vida y es que una noche de verano de 2016 que había salido a que la cerveza me hiciera persona, me llegó un mensaje de quien es compañero y amigo desde hace muchos años que decía algo así como “tío, vamos a montar algo”. Le contesté que sí.
Y aquí estoy, escuchando ya Indie Cindy de los Pixies porque una misma canción no dura para siempre, dirigiendo un pequeño proyecto desde hace unos pocos meses. No me puede gustar más eso de haber podido conseguir ser dueño de las decisiones que se toman en mi día a día, sentir que algo me pertenece desde que empezó hasta que se acabe.
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