Ensúciate y baila bajo la lluvia
Por Mavi Balabanian, iNNoVaNDeR 2G
¿En qué momento dejamos de ensuciarnos con el barro, de tirarnos por el tobogán, de columpiarnos hasta alcanzar la luna? ¿Por qué si ahora nos manchamos la camisa al derramar el vino hacemos un drama, si en el colegio la tarde en la que acababas lleno de arena y manchas de hierba había sido el mejor momento de tu semana?
Recuerdo que de pequeña me rompía las medias cada dos por tres, porque me tiraba al suelo, jugaba como la que más, y me sentía la niña más feliz del mundo aún con cardenales en las rodillas. Nada que un par de soplidos y un poco de mercromina (que tintaba todo de rojo) no pudiese curar. Y a seguir jugando.
Ahora, como se te forme una carrera en los panties el día que te has puesto falda, no puedes pensar en otra cosa más que en que llegue el momento de entrar por la puerta de casa para cambiarte de medias. Eso, o entrar a la primera tienda que puedas a comprarte unas nuevas, no vaya a ser que alguien se dé cuenta y ¡menuda vergüenza, y yo con estas pintas!
¿Será eso? ¿El miedo al ridículo? Y entonces es cuando me pregunto, ¿por qué nos importa tanto lo que el resto piense de nosotros? ¿de la mancha, del agujero, del rímel corrido? ¿En qué momento importó más el dar una buena imagen ante los demás y no el vivir la vida sin importarnos el qué dirán?
¿Cuándo fue que cambiamos tanto?
¿Por qué empezamos a justificarnos por todo, por la cocina no fregada, la habitación desordenada, el pelo revoloteado? ¿Fueron las preocupaciones del día a día las que nos hicieron dejar la fantasía a un lado, parar el tío vivo y dejar de saludar en cada giro con la misma alegría una y otra vez? ¿O la presión social? ¿Los estereotipos no cumplidos? ¿Los MUST que no conseguimos tener? ¿Las frustraciones por no ser la mujer perfecta, el hombre perfecto? ¿Acaso nos importaba todo eso cuando éramos tan solo unos niños con ganas de jugar?
Sí que es cierto que entonces había otros dramas, distintos, con menos implicaciones y compromisos, pero responsabilidades al fin y al cabo. Aun así, lo dábamos todo en el recreo, en el parque, con los patines, jugando al escondite o corriendo con la bici. Éramos más inocentes, sí, pero también más felices. Y reíamos mucho más, eso seguro.
El espíritu de entonces no es el mismo que el de ahora. Hemos dejado que nuestras niñas y niños interiores pierdan esa magia, y les hemos convertido en adultxs amargadxs, que a veces sonríen cuando recuerdan todo aquello, y que en ocasiones dejan que su niñez resurja por momentos, hasta que la realidad les dé un sopapo al recordar las obligaciones en las que hemos sumido nuestra vida. Hay ciertas palabras que definen esos sentimientos perdidos: magia, fantasía, espíritu, inocencia. ¿Dónde quedaron? ¿Por qué las tenemos tan olvidadas?
¿Hace cuánto que no te dejas llevar, que no te sueltas, que no permites que las cosas fluyan? ¿Cuándo fue la última vez que te manchaste de barro o te mojaste entero sin importarte los dramas? Sabiendo que ya limpiarás mañana, porque lo que importa ahora es disfrutar. ¿Tanto problema tiene poner una lavadora de más, tender más ropa, coser los agujeros?
Las experiencias son las que al final marcan los recuerdos. Y es con el hilo de la memoria con el que vamos tejiendo nuestra vida.
Al final deseo que, en el futuro, cuando eches la vista atrás recuerdes más cantos y bailes bajo la lluvia que momentos de ridículo y lavadoras sin poner.
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