Es Más Fácil Apellidarlo “Social”
Por Asun Ibáñez-Romero, Vicedecana del Campus de Donostia-San Sebastian de Deusto Business School
El concepto de “emprendimiento social” se acuñó en contraposición al emprendimiento ¿no social? pareciendo indicar que uno fuera el “bueno” y el otro el “malo”. Nunca me ha gustado esta dicotomía, la verdad, y parece que la realidad se está imponiendo para darme la razón.
Efectivamente, si el emprendimiento con una orientación eminentemente social y el emprendimiento empresarial estuvieran reñidos (y probablemente, tradicionalmente lo han estado), haría falta un término para unir ambos mundos. Sin embargo, yo siempre he defendido que no haría falta buscar un nombre para un tipo de emprendimiento que tenga un compromiso con una misión social y ambiental clara si a todas las personas que formamos en estos temas lo hiciéramos como en el Programa en Innovación y Emprendimiento de Deusto Business School. Es decir, si educásemos bajo la premisa de “no todo vale” o “el fin no justifica los medios” o, lo que es lo mismo, sobre la base de unos sólidos valores de justicia social y eco dependencia.
Igualmente, siempre he apostado por la “no caridad” o filantropía para empujar proyectos en el tercer sector. Dentro de esta área es muy común recurrir al “papá” Estado para que nos solucione todas las papeletas, y éste no puede hacerse cargo de todos los proyectos con impacto social y/o medioambiental. Mucho menos si, como defiendo, todos los proyectos deberían tener dentro de su propósito el cuidado de esos dos ámbitos. Si hay necesidades que consideramos básicas, obviamente, éstas no pueden depender de la buena voluntad de la ciudadanía de a pie; debe asumirlas la administración pública, pero, para que esto último sea posible, ésta necesita de una buena política fiscal que asegure la sostenibilidad económico-financiera de esos servicios. Porque, supongo que no habrá ninguna persona ilusa que piense que el dinero sale detrás de las piedras…
El término “triple bottom line” (triple cuenta de resultados) es idóneo para poner encima de la mesa que todo proyecto debe tener un impacto positivo en la sociedad y en el medio ambiente, al mismo tiempo que resulta sostenible económicamente. Siendo esto así, ¿qué razón habría para seguir utilizando el concepto de “emprendimiento social”?
El objetivo principal de cualquier proyecto debería ser identificar una necesidad real en la sociedad y darle una solución innovadora con un impacto social y medioambiental positivo que sea autosostenible económicamente. Esto es lo que se conoce como el “make meaning” de Kawasaki (2004): mejorar la calidad de un producto o servicio, corregir algo que no funciona o lo hace mal o no existe, o evitar que algo bueno desaparezca.
Organizativamente hablando, las organizaciones pueden adoptar diversas estructuras legales, desde organizaciones sin fines de lucro hasta empresas con fines de lucro o estructuras híbridas, y optar por formas jurídicas más participativas como las cooperativas o sociedades anónimas laborales, u otros como las SA o SL que también pueden tener una gestión participativa y organización plana. Lo importante es que se haga una correcta gestión de todos los grupos de interés entre los que se encuentran, obviamente, las empleadas y los empleados, pero también las empresas proveedoras, el mercado, la comunidad y quienes han arriesgado su capital para que ese proyecto pueda salir adelante (accionariado).
En la literatura académica, el concepto de sostenibilidad corporativa, que ha surgido como una forma prometedora de abordar los desafíos globales establecidos en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (ODS), incluye la contribución tangible de la empresa al logro de objetivos sociales, la protección del medio ambiente, la justicia social y el desarrollo económico a través de sus operaciones comerciales principales (Rok y Kulik, 2021).
Las startups, impulsadas por la innovación y unos sólidos valores sociales y medioambientales, son fundamentales para fomentar innovaciones orientadas a la sostenibilidad y promover un cambio orientado a la sostenibilidad en la sociedad. Iniciativas como la economía circular, caracterizada por principios como la preservación del capital natural y la optimización del uso de recursos, es una condición necesaria para la sostenibilidad y promete un crecimiento económico desvinculado del consumo de recurso. Pero eso no solo depende de generar modelos de negocio circulares, sino en el cambio de comportamientos de toda la ciudadanía. ¿Tenemos interiorizado como objetivo personal mantener los productos y materiales en su mayor utilidad y valor en nuestro día a día?
Lo verdaderamente importante, por tanto, es la involucración a una amplia gama de actores con diferentes competencias y responsabilidades (individuales y corporativas) para generar nuevas soluciones y comportamientos que asuman nuestra dependencia total del medio ambiente y la justicia social como premisas básicas.
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