11 de mayo, Domingo IV de Pascua.
Vivimos tiempos de fragmentación; vemos que hay redes que nos conectan, pero nos aíslan, discursos que dividen más, rutinas que dispersan el corazón. Cada uno parece ir por su lado, mientras crece el deseo de algo que nos reúna de verdad y donde podamos reconocernos parte de un todo más grande.
El Evangelio es algo contracultural. Nos lleva a una voz que nos llama por nuestro nombre, que nos conoce y nos reúne. Esa voz no dispersa, sino que vincula. Lo que nos une no es la fuerza, sino el amor que no deja a nadie fuera, porque “somos uno”, ya que somos comunión.
Recordemos que nos conviene volver a lo esencial. Escuchemos lo que nos une por dentro y no lo que nos separa por fuera. Dejémonos tejer por hilos de confianza, cuidado y pertenencia. Solo así podremos vivir, no desde la distancia, sino desde la gran comunión.
