Decía el filósofo Ortega y Gasset, que somos una generación mimada –y conste que esto lo escribió allá por los años treinta, cuando ni siquiera se asomaban esos nuevos verdugos que llamamos dispositivos móviles. Una generación mimada porque, hoy, la mayoría de las cosas caminan hacia nosotros, apenas oprimimos un botón.
Nos hemos olvidado que el sentido de caminar no es solamente hacia dónde vamos, sino el mero caminar y el camino mismo.
En alguna de sus obras, Anthony de Melo, el jesuita que miraba al mismo tiempo al oriente que al occidente, reflexiona sobre esa costumbre moderna de viajar en veloces vehículos con la mente puesta siempre en llegar, midiendo los minutos que, sin comenzar, nos restan para regresar; sin mirar siquiera el paisaje que se va desvelando en el camino, y con los ojos cerrados que no miran lo desconocido.
Porque tal vez uno de los legados de Ignacio de Loyola, que bien aprendió Francisco Javier, fue precisamente el caminar. Tal vez sabía que una de las maneras de orar es caminar. Tal vez por ello, trasciende y brilla en obras de arte que lo relatan, la muerte de Francisco Javier, apenas había llegado a China; porque en realidad, el solo camino a esas tierras forjó la oración que resuena aún en el alma de los misioneros y nos llama a saborear el camino mismo, más allá de la llegada.
No imagino en esos caminares un constante rostro apesadumbrado, triste y cansado. Imagino, más bien, la luz del optimismo y la esperanza, imagino, por qué no, alguna anécdota de esas que hacen sonreír en el silencio y en la soledad.
Y, de alguna forma, cuando un grupo -pasados los siglos- recorre el camino que lleva a la cuna de Francisco Javier, el caminante, el misionero; quizás sin saberlo eleva una oración festiva. Una oración donde se confronta al individualismo con la diversidad. Un camino donde los pies se convierten en la pluma colectiva cuya tinta disuelve edades, nacionalidades, idiomas, y escribe la oración del caminante.
Una de las plegarias que aparece en la oración diaria de la Iglesia: La Liturgia de las horas, reza en una de sus partes: … nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte… para guiar nuestros pasos por el camino de la paz…
“Nuestros pasos…” Caminar…
Tal vez si la mirada en la construcción del mundo se viera como un camino, podríamos caminar juntos. Tal vez ese ejercicio de encuentro, como sucedió en esta caminata, en donde confluye la historia de América, de Europa, incluso Oceanía; donde confluyen edades, anhelos y donde Euskadi, España, Guatemala, Ucrania, Serbia, El Salvador, México, Estados Unidos, Alemania, Polonia, Austria, Italia, Perú, Australia, diluyen fronteras, distancias y lenguaje, para unirse en la risa, el silencio y el pan; tal vez ese ejericio sea una buena manera de no dejar morir la esperanza en la fraternidad, que es lo único que debería ser global.
Francisco Camacho Marín (estudiante UD)
Muchísimas gracias querido Paco, coincidiendo en las propuestas de grandes pensadores que nos remiten a la reflexión del ser y el hacer en la cotidianeidad y que tienen que ver con el amor al momento de pensar…sigamos haciendo el camino que nos permite vivir y coincidir…