8 de mayo, Jueves III de Pascua.
En medio de un mundo que nos empuja a definirnos por logros, apariencias o rendimiento, corremos el riesgo de olvidar de dónde venimos. Nos construimos desde fuera, pero muchas veces sin raíces, sin origen firme. Y esa desconexión nos va dejando vacíos, a pesar de todo lo conseguido.
El texto nos recuerda que la vida plena comienza cuando nos dejamos atraer por el Padre. Vivirse desde el Padre es saberse acogido, enviado, sostenido. No se trata de tener más, sino de estar en relación: escuchar, aprender, dejarse formar en el amor que da vida.
Permitámonos, entonces, volver a nuestro centro. Escuchemos la voz que nos llama por dentro y nos dice quiénes somos de verdad. Desde ahí, vivamos con hondura, con libertad, con el deseo de ser pan para el mundo.
