Siempre a tope
Por Julen Escalero, iNNoVaNDeR 10G
Recuerdo algunas pinceladas de la asignatura “Entrepreneurship” que cursé durante mi erasmus en Lund. Al abordar la teoría del emprendimiento, nos encontramos con que hay dos grandes líneas de pensamiento: la que aboga por que las oportunidades de emprendimiento se encuentran frente a la que sostiene que se generan. No son mutuamente compatibles, pero sí internamente consistentes; es decir, asumiendo la certeza de una u otra a priori, obtenemos una (u otra) explicación coherente a posteriori.
Desde una perspectiva del descubrimiento, como emprendedores debemos estar muy alerta (Kirzner, 1973. Competition and Entrepreneurship) y darnos prisa en trabajar en las oportunidades que hallamos en nuestro entorno, pues el primero que llega se lleva el premio. Por el contrario, desde la perspectiva de la creación, aunque no hay prisa por encontrar (porque no hay nada que encontrar), sí que es importante poner en marcha el mecanismo social de acciones-consecuencias a funcionar cuanto antes (Berger, Luckmann, 1967. The Social Constructionof Reality. A Treatise in the Sociology of Knowledge.), pues cuanto más trabajes, antes harás surgir la oportunidad –e idénticamente otro lo hará por ti si te quedas de brazos cruzados.
Aunque estas teorías resultan relevantes y han dado pie a debates posteriores muy interesantes, en mi opinión y con el debido respeto, la discusión es de un carácter eminentemente “filosófico”. Una buena alternativa para quien se dedica al estudio de las ciencias empresariales o necesita un tema de conversación diferente con una caña y un viejo amigo de la carrera. Pero no es el tipo de reflexión que quiero compartir con vosotros. Porque ni está la caña ni soy un estudioso teórico.
Sin embargo, estas dos grandes líneas de pensamiento vienen a colación. ¿Qué tienen en común ambas perspectivas? Claramente, las prisas. Como no estés ya con los ojos bien abiertos, atento para descubrir la oportunidad y ponerte ipso-facto a lanzarla; como no te pongas a trabajar ya, interactuando con tu entorno económico-social, para validar tus ideas; te vas a quedar atrás. Duro, ¿eh? Bueno, en realidad, no nos es muy ajeno. Es la filosofía imperante en el siglo XXI. Todo, inmediatamente, en altos estándares de calidad. Madre mía, cuánta presión.
Pero las personas tenemos un límite. Nuestro cuerpo trabaja mejor con un estrés controlado, sí, igual que el coche funciona mejor con el motor a cierto régimen. Pero si vas a fondo todo el rato, el motor gripa. Lo mismo que tu salud. No podemos pretender trabajar sistemáticamente todo lo que podemos 365 días al año.
Todos sabemos que el trabajo es fundamental, que sin él difícilmente obtendremos resultados satisfactorios, mucho menos innovar o tener éxito en nuestra idea empresarial. Cuántas veces habré visto luces en el Innogune desde las 8 de la mañana hasta bien pasadas las 9 de la noche. Como se aprende a lo largo de Innovandis, la innovación requiere trabajo en el sentido más bruto: horas y horas de contrastes, de pruebas, de modelización, de esfuerzos.
Y aunque esto es así, con trabajar no es suficiente. También hace falta un trabajo menos “bruto” desde la perspectiva clásica e igualmente necesario: el de la creatividad. Esto también lo aprendemos en Innovandis, pero parece que se nos olvida con más facilidad. Por influencia social, ambición, o la razón que sea, no guardamos nada de nuestra energía para explotar adecuadamente nuestra necesaria faceta creativa. En nuestra rutina, debemos trabajar mucho, muy duro, muchas horas. Y nos olvidamos de que a veces hay que pararse para poder hacer las cosas bien.
Hace ya tiempo que acudí a unas charlas TEDx en las que me hablaron sobre el slow-life. Todavía conservo anotaciones. El ponente reivindicaba ralentizar nuestra vida, bajar una marcha, para así poder analizar con más cuidado el contexto, ganar consciencia de nuestra realidad, reducir el estrés, disfrutar más de lo que hacemos, etc.
Tanto desde una perspectiva profesional como personal. Suscribo totalmente este enfoque. Aunque no es fácil, es necesario en ocasiones detenerse a mirar con perspectiva, pensar, sentir y dejar volar la imaginación.
¿Os suena a yupi? Tal vez, y sin embargo, la tasa de mortandad de empresas es brutal. Hay diversos estudios, todos ellos arrojan datos bastante “feos”. Los datos varían según el periodo, pero sirva de referencia que solo el 29% de las empresas españolas sobrevive al quinto año –el dato es algo mejor en la para la UE. Si habláis con la gente, parece haber cierto consenso en que se dedica mucho tiempo a la rutina y demasiado poco a pararse a pensar en el rumbo, el largo plazo, la estrategia, las nuevas posibilidades… Vamos, que el día a día nos come, tanto en las empresas como en la vida personal de cada uno. Tanto en España como en EEUU, tanto en la base de la organización como en el consejo de administración.
Y aquí es cuando saco la maza. Pienso firmemente que tanto empresas como personas debemos echar el freno de mano de vez en cuando. No por placer, sino por necesidad. Para, aparcando la rutina y desde la tranquilidad, explotar nuestra faceta creativa/visionaria y determinar a dónde queremos llegar, qué dirección estamos tomando, en qué deseamos convertirnos, qué hemos de evitar, qué resulta irrenunciable, qué requiere un replanteamiento completo, etc. ¿Os imagináis a Apple, Tesla o Airbnb sin estas preguntas? Yo no. ¿Qué narices estamos haciendo entonces?
Da igual si las oportunidades están ahí esperándonos o las creamos día a día. Si solo trabajamos en la inercia de la rutina, nos faltarán otros intangibles necesarios para poder explotarlas cuando llegue el momento. Nos convertiremos en profesionales/personas incompletos, que son capaces de trabajar 12 horas bajo presión, pero incapaces de explorar nuevos caminos y construir un futuro diferente de la realidad de hoy.
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