Descripción

Las mujeres reducidas a cuerpos eran parte del botín de guerra que se ponía ante los ojos de los guerreros para incitar su bravura y capacidad destructiva. Los cuerpos femeninos, convertidos en símbolo del honor masculino que daba su posesión, han sido y siguen siendo arma de guerra utilizada para ejercer un daño moral extra al enemigo. Recuérdese, entre otros, las violaciones masivas y sistemáticas de mujeres musulmanas en la guerra de los Balcanes como forma de humillar en lo más hondo y dejar marcada a toda una generación. El cuerpo de las mujeres convertido en campo de batalla masculino donde medir el honor sigue siendo una realidad poliédrica demasiado actual.

Al estilo de los que dice Jon Sobrino sobre los pueblos crucificados, el cuerpo de las mujeres sometido a torturas y expuesto a escarnio, como una imagen femenina del crucificado, se convierte en un símbolo que hace gritar y preguntarse ¿dónde está Dios? Y llama a dar una respuesta a quienes dicen creer en él. Desde la fe en ese mismo crucificado y la reflexión teológica consecuente, las mujeres teólogas y creyentes han dado una respuesta que empodera e impulsa a las mismas mujeres en situaciones tan duras.